Honrar
al Señor con los bienes y con las primicias de todos nuestros frutos es sin
duda algo muy importante para el Señor. Sólo así se explica la cantidad de
enseñanza que contiene la Biblia sobre este asunto. El dar al Señor es una
muestra de la sinceridad de nuestro amor al Señor y a los amados del Señor.
También, dar al Señor es una muestra de que tenemos en orden nuestras
prioridades. En otras palabras, que el dinero y los bienes materiales en
general no son lo más importante en nuestra vida.
Notemos
que debemos dar al Señor periódicamente y planificadamente.
1
Corintios 16:2 dice: Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga
aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no
se recojan entonces ofrendas.
Como
antecedente debemos indicar que la iglesia de Corinto reconoció la necesidad
por la cual estaban atravesando los creyentes de Judea y como iglesia
decidieron levantar fondos para socorrer al necesitado. Pablo, el apóstol, está
dando instrucciones sobre cómo realizar este trabajo de levantar estos fondos.
Con esto en mente dice en la primera parte del versículo leído: “Cada primer
día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte algo”.
La
idea es que dar al Señor no debería ser algo esporádico, sino algo periódico y
muy bien planificado. El dar al Señor debe hacerse cada Domingo. El Domingo es
el día que el Señor ha señalado para hacer las cuentas de los ingresos
económicos y determinar la cantidad a dar, conforme se haya prosperado. Este
fondo debe ser puesto aparte para no tocarlo sino el momento que se lo deposite
en el fondo de ofrendas en la iglesia. Las Escrituras no hablan mucho de lo que
el creyente debe hacer en los días Domingo, excepto que debe reunirse con otros
creyentes en adoración al Señor y poner aparte su ofrenda para depositarla en
el fondo de ofrendas en la iglesia.
Aunque
no debemos convertirnos en ritualistas en esto de dar al Señor cada primer día
de la semana, tampoco debemos tratar este asunto con ligereza. Se trata de un
mandamiento del Señor al cual debemos prestar toda la atención posible. Además,
el primer día de la semana ofrece una mejor ocasión para que, apartados de las
distracciones y deberes de la semana, reflexionemos más clara y cuidadosamente
sobre este asunto importante.
Así
que, el dar al Señor no es cuestión de meter la mano al bolsillo el momento que
se va recoger la ofrenda y depositar lo que salga en el fondo de ofrenda.
Desgraciadamente siempre sale el billete o la moneda de menor valor. Los
billetes o monedas de mayor valor tienen una extraña habilidad para
escabullirse en la billetera o en el bolsillo. Cuesta mucho localizarlos,
tomarlos y sacarlos para entregarlos en la ofrenda. El dar al Señor debe ser
algo planificado con anterioridad cada primer día de la semana, de modo que en
el bolsillo designado se ponga solamente lo que hemos acordado dar al Señor.
De
esta manera no será necesario mirar de reojo a la billetera para pescar algún
billete, y peor aun pedir cambio a la persona que está recogiendo la ofrenda.
Esto no es sino falta de planificación oportuna para este importante acto de
adoración al Señor. Permítame también recalcar sobre el hecho de poner aparte
algo, lo cual leímos hace poco. Esto significa un acto consciente por el cual
delante del Señor decimos: Dios, tú me has prosperado de esta manera, aquí está
lo que es tuyo. Lo pongo aparte y no lo voy a volver a tocar hasta que sea el
momento para depositarlo donde se recoge
la ofrenda. Esto evitará el error tan frecuente de pedir un préstamo, entre comillas,
al Señor para satisfacer alguna necesidad urgente.
El
dinero que es del Señor y que ha sido puesto aparte, es sagrado. Pertenece al
Señor. No podemos gastarlo en satisfacer nuestras necesidades por más urgentes
que sean. Cuidado con ser hallados robando algo que pertenece al Señor. Además
de dar al Señor periódicamente y planificadamente, debemos dar al Señor
proporcionadamente. Esto tiene que ver con la cantidad que vamos a dar al
Señor. En 1 Corintios 16:2 leímos que cada primer día de la semana cada uno de
nosotros tenemos que poner aparte algo, según hayamos prosperado.
El
autor Charles Ryrie explica este asunto de esta manera, y lo cito textualmente.
Dice así: NO se halla regla fija y firme sobre la cantidad en los principios
del Nuevo Testamento sobre el dar. Eso constituye un claro contraste con las
normas del Antiguo Testamento que requería dar el diezmo de todo a los levitas,
según se ve en Levítico 27:30-33, quienes a su vez, entregaban el diezmo de lo
que recibían a los sacerdotes. Además, los judíos entendían que un segundo
diezmo, que era la décima parte de las nueve restantes, tenía que ponerse
aparte y consumirse en una comida sagrada en Jerusalén según Deuteronomio
14:22-26. Mas aún, cada tercer año, debía entregarse otro diezmo para los
levitas, extranjeros huérfanos y viudas, según Deuteronomio 14:27-29.
De
este modo, la proporción quedaba claramente establecida y cada israelita estaba
obligado a entregar al Señor aproximadamente el 23% de sus ingresos anuales. En
contraste con esto, el Nuevo Testamento dice simplemente “según haya
prosperado” Esto puede significa un 8 o 12 o 20 o 50 o 100 por ciento,
cualquier porcentaje según el caso individual.
Puede
también significar una proporción variable de año a año, porque no hay razón
para creer que la proporción conveniente de un año haya de ser la misma para el
año próximo. Cuando llega la prosperidad, como sucede a muchos creyentes, debe
emplearse para dar más y no necesariamente para comprar más cosas. Cada vez que
el creyente da, ha de reflexionar sobre la bendición del Señor en su vida y
determinar la proporción que, a su vez, debe devolver al Señor.
La
variación de la proporción significa justamente eso, no un mero aumento o
disminución de la cantidad que se da, sino un cambio en la proporción de lo que
uno ha recibido. Hasta aquí la cita de este autor. Yo simplemente añado esto,
amable oyente: Si en el Antiguo Testamento, cada israelita estaba obligado,
entiéndase bien, obligado, a entregar al Señor un mínimo del 23 % según lo que
ha dicho este autor, ¿podemos nosotros conformarnos con dar solamente un 10% y
pensar que con eso ya hemos hecho más que suficiente?
La
respuesta la tiene usted, y tengo también la mía. La historia de la iglesia
tanto en el lejano pasado como en lo no tan lejano, registra numerosos casos de
este principio. Permítame compartir algo que ocurrió no hace mucho tiempo. A la
edad de 16 años, un joven llamado William salió de su casa en busca de fortuna.
Todas sus posesiones cabían en un atado que lo llevaba a la mano. En su caminar
hacia la gran metrópoli de New York se encontró con un viejo capitán de marina.
William le contó que su padre era muy pobre para seguir manteniéndole en casa y
que por eso se había visto forzado a salir y que lo único que sabía hacer era
jabón y velas. Al oír esto, el viejo marinero se arrodilló allí mismo y clamó
al Señor por la vida de este joven. Luego le dio este consejo: Alguien muy
pronto llegará a ser el líder la fabricación de jabón en New York. Podrías ser
tú o podría ser algún otro. Sé un buen hombre, rinde tu corazón al Señor,
devuelve al Señor todo lo que a él le pertenece, fabrica el mejor jabón que
puedas, véndelo a un precio justo y con el peso justo y estoy seguro que serás
un hombre rico y próspero.
Ya
en New York, el joven recordaba las palabras del viejo marinero y aunque no
tenía nada y estaba solo, buscó una iglesia para congregarse. Del primer dólar
que ganó dio el 10% al Señor. Consiguió empleo en una fábrica de jabón. Pronto
se volvió socio de la fábrica. Más tarde llegó a ser el único dueño de la
industria.
Fabricaba
buen jabón, lo vendía al precio justo y el peso justo y dio instrucciones
precisas a su contador para que abra una cuenta bancaria y deposite en ella la
10% de todas sus ganancias para el Señor. El negocio prosperó increíblemente y
ya no apartaba para el Señor el 10% sino el 20%, luego el 30% y así
sucesivamente hasta que finalmente se encontró dando al Señor todas sus
ganancias. Esta es la historia de William
Colgate, quien ha dado millones de dólares para la obra del Señor. Esto es
dar proporcionadamente según se haya prosperado.
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