sábado, 17 de marzo de 2018

Naamán, ¿un hombre convertido?


Personajes del Antiguo Testamento.        N° 34.

Héctor Alves, 1896-1978.
Parte de una serie publicada mayormente
 en los años 1970 en la revista Truth & Tidings

Naamán, ¿un hombre convertido?

2 Reyes capítulo 5 narra que Naamán dijo: "Conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel", y: "De aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino a Jehová". Sin embargo, hay diferencia de criterio sobre si él buscó a Dios y al judaísmo.
Una profesión de creer y los buenos propósitos no son la fe salvadora. Sin duda Naamán era sincero en lo que dijo, y sin duda estaba convencido de la superioridad de Dios sobre todos los dioses. Su testimonio fue claro y sus intenciones buenas, pero con todo hizo concesiones. Dijo en el v. 18: "En esto perdone Jehová a tu siervo: que cuando mi señor el rey entrare en el templo de Rimón para adorar a él, si yo también me inclinare …" Al hacerlo, sería culpable del pecado de la idolatría, que en realidad es negar a Dios.
Nunca leemos que Naamán haya confesado a Dios al volver a Siria; quizás no estaba dispuesto a arriesgar su posición al negar adorar al dios de los sirios. Si fue convertido al judaísmo, parece haberlo guardado del rey como un secreto, y siguió dispuesto a acompañarlo en sus prácticas idolátricas.
Más no sabemos; dejamos a Naamán allí.

La sunamita, una gran anfitriona

Esta mujer, cuya historia encontramos en 2 Reyes 4, parece haber sido marcadamente menor que su esposo, quien aparentemente era un agricultor acomodado. Era amistosa y hospitalaria. Eliseo venía regularmente a su pueblo en su circuito desde Carmel para ministrar la Palabra y hacer una obra pastoral. Él era un hombre quien, así como el Señor Jesús, tenía corazón para el individuo. En el capítulo 5 notamos su cuidado por la viuda, y aquí es solícito por su anfitriona bondadosa.
Ahora, un día él pasaba por Sunem donde "había una mujer importante, que le invitaba insistentemente a que comiese", 4.8. Al principio se quedaba para comer, pero esta mujer llegó a proponer a su esposo que hiciesen una cámara donde él podría reposar. Si la idea era de ella, no actuó en independencia de su esposo. Él respetaba sus anhelos y buen juicio, y también quería agradar al Señor. Estuvo de acuerdo con la propuesta a añadir una pieza para el uso del siervo del Señor. De allí la expresión que oímos a veces: "una cámara para los profetas". Desde luego, le favorecía a Eliseo contar con un lugar privado para meditación y oración. 
El profeta se familiarizó con el anexo y pidió a su siervo Giezi llamar a la señora. Creo que Eliseo estaba demasiado emocionado, así que mandó al siervo decir: "Has estado solícita por nosotros con todo este esmero; ¿qué quieres que haga por ti?"  A veces hoy en día los siervos del Señor son parcos en expresar agradecimiento, pero no así con este caballero.
Quizás Giezi dio el mensaje con cierta condescendencia, y posiblemente por esa razón ella pensaba que él quería decir que ella había tomado esta iniciativa con miras a recibir algo a cambio. Parecía estar ofendida. Lo que había hecho fue un servicio para el Señor y no una manera de beneficiarse a sí. La oferta de una palabra con el rey no le interesaba; ella no quería un acercamiento a Acab y Jezabel. No quería reconocimiento de los militares, ni un cargo para su marido. Con dignidad respondió: "Yo habito en medio de mi pueblo", y se retiró.
Esta mujer se destacaba por su conformidad. Su deseo era glorificar a Dios en el lugar donde Él la había puesto. Aun cuando ella se había retirado del salón, Eliseo quería mostrar su agradecimiento de alguna manera práctica, y parece que estaba pensando en alta voz al decir: "¿Qué, pues, haremos por ella?" Giezi mencionó que no tenía hijo, y sabemos el resultado: más adelante dio a luz, v. 17. Fue un galardón especial de parte de Dios.
Cada vez que Eliseo vino a Sunem él recibió una bienvenida personal de parte de esta mujer importante y de su hijo. Da la impresión que el visitante tenía mucho cariño para el chico. Un día, cuando tenía quizás ocho o nueve años,  su madre lo dejó salir a los campos con su padre, para estar con los segadores. Era día caluroso y a lo mejor él se había quitado su cubierta. El caso es que se enfermó repentinamente. "¡Ay, mi cabeza, mi cabeza!" exclamó. Lo llevaron a su madre, pero al mediodía falleció en sus rodillas. Fueron horas de angustia para ella, y es de imaginar que había hecho todo lo posible para salvarlo.
Entonces se acordó que Eliseo le había hablado de Elías y lo que hizo cuando se enfermó y murió el hijo de la viuda de Sarepta. Ha debido saber de esto, porque tomó a su propio hijo y lo puso sobre la cama del varón de Dios en el aposento alto; cerró la puerta y se salió, v. 21.
La mujer mandó a buscar al varón de Dios, pero Eliseo actuó de una vez sin consultar a Dios. Sentía que debía hacer algo, así que le prestó su báculo a Giezi y lo mandó a Sunem. Pero no bastó un sustituto, un báculo muerto. No podemos delegar el poder de Dios a otros.
Sin embargo, el varón de Dios entró, cerró la puerta y oró, v. 33. La oración eficaz del justo trae poder. Ahora es cuando sale a relucir el ejercicio del profeta por el individuo. Entra en juego el ministerio de este hombre, boca sobre boca, ojos sobre ojos, manos sobre manos, torso sobre torso. La oración y el ejercicio personal – el interés en cada cual como una persona y un alma necesitada --  y Dios dio el resultado.
El niño estornudó siete veces, señal de una obra divina. "Toma tu hijo", fue el mensaje humilde, poderoso y completo del varón de Dios para la mujer sobresaliente. La historia termina con un versículo corto, el 37, pero es impactante – tomó a su hijo y salió -- y hace ver cómo un alma ejercitada responde a una obra de Dios. He aquí la humildad, la gratitud y el propósito firme, pero ningún despliegue de la carne.
Dios honra a quienes le honran.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Serie: Mandamiento Bíblico

Estos son los animales que comeréis,   no comeréis éstos:”, v. 2-3. Levítico 11. 1-8, 43-47; 1 Timoteo 4, 3-4. Leer. En Levítico 11 tene...