Personajes del Antiguo Testamento. N° 34.
Héctor Alves, 1896-1978.
Parte de una serie publicada mayormente
en los años 1970 en la revista Truth & Tidings
Parte de una serie publicada mayormente
en los años 1970 en la revista Truth & Tidings
Naamán, ¿un hombre convertido?
2 Reyes capítulo 5
narra que Naamán dijo: "Conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en
Israel", y: "De aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto
ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino a Jehová". Sin embargo, hay
diferencia de criterio sobre si él buscó a Dios y al judaísmo.
Una profesión de creer
y los buenos propósitos no son la fe salvadora. Sin duda Naamán era sincero en
lo que dijo, y sin duda estaba convencido de la superioridad de Dios sobre
todos los dioses. Su testimonio fue claro y sus intenciones buenas, pero con
todo hizo concesiones. Dijo en el v. 18: "En esto perdone Jehová a tu
siervo: que cuando mi señor el rey entrare en el templo de Rimón para adorar a
él, si yo también me inclinare …" Al hacerlo, sería culpable del pecado de
la idolatría, que en realidad es negar a Dios.
Nunca leemos que
Naamán haya confesado a Dios al volver a Siria; quizás no estaba dispuesto a
arriesgar su posición al negar adorar al dios de los sirios. Si fue convertido
al judaísmo, parece haberlo guardado del rey como un secreto, y siguió
dispuesto a acompañarlo en sus prácticas idolátricas.
Más no sabemos;
dejamos a Naamán allí.
La sunamita, una gran anfitriona
Esta mujer, cuya
historia encontramos en 2 Reyes 4, parece haber sido marcadamente menor que su
esposo, quien aparentemente era un agricultor acomodado. Era amistosa y
hospitalaria. Eliseo venía regularmente a su pueblo en su circuito desde Carmel
para ministrar la Palabra
y hacer una obra pastoral. Él era un hombre quien, así como el Señor Jesús,
tenía corazón para el individuo. En el capítulo 5 notamos su cuidado por la
viuda, y aquí es solícito por su anfitriona bondadosa.
Ahora, un día él
pasaba por Sunem donde "había una mujer importante, que le invitaba
insistentemente a que comiese", 4.8. Al principio se quedaba para comer,
pero esta mujer llegó a proponer a su esposo que hiciesen una cámara donde él
podría reposar. Si la idea era de ella, no actuó en independencia de su esposo.
Él respetaba sus anhelos y buen juicio, y también quería agradar al Señor.
Estuvo de acuerdo con la propuesta a añadir una pieza para el uso del siervo
del Señor. De allí la expresión que oímos a veces: "una cámara para los
profetas". Desde luego, le favorecía a Eliseo contar con un lugar privado
para meditación y oración.
El profeta se
familiarizó con el anexo y pidió a su siervo Giezi llamar a la señora. Creo que
Eliseo estaba demasiado emocionado, así que mandó al siervo decir: "Has
estado solícita por nosotros con todo este esmero; ¿qué quieres que haga por
ti?" A veces hoy en día los siervos
del Señor son parcos en expresar agradecimiento, pero no así con este
caballero.
Quizás Giezi dio el
mensaje con cierta condescendencia, y posiblemente por esa razón ella pensaba
que él quería decir que ella había tomado esta iniciativa con miras a recibir
algo a cambio. Parecía estar ofendida. Lo que había hecho fue un servicio para
el Señor y no una manera de beneficiarse a sí. La oferta de una palabra con el
rey no le interesaba; ella no quería un acercamiento a Acab y Jezabel. No
quería reconocimiento de los militares, ni un cargo para su marido. Con
dignidad respondió: "Yo habito en medio de mi pueblo", y se retiró.
Esta mujer se
destacaba por su conformidad. Su deseo era glorificar a Dios en el lugar donde
Él la había puesto. Aun cuando ella se había retirado del salón, Eliseo quería
mostrar su agradecimiento de alguna manera práctica, y parece que estaba
pensando en alta voz al decir: "¿Qué, pues, haremos por ella?" Giezi
mencionó que no tenía hijo, y sabemos el resultado: más adelante dio a luz, v.
17. Fue un galardón especial de parte de Dios.
Cada vez que Eliseo
vino a Sunem él recibió una bienvenida personal de parte de esta mujer
importante y de su hijo. Da la impresión que el visitante tenía mucho cariño
para el chico. Un día, cuando tenía quizás ocho o nueve años, su madre lo dejó salir a los campos con su
padre, para estar con los segadores. Era día caluroso y a lo mejor él se había
quitado su cubierta. El caso es que se enfermó repentinamente. "¡Ay, mi
cabeza, mi cabeza!" exclamó. Lo llevaron a su madre, pero al mediodía
falleció en sus rodillas. Fueron horas de angustia para ella, y es de imaginar
que había hecho todo lo posible para salvarlo.
Entonces se acordó
que Eliseo le había hablado de Elías y lo que hizo cuando se enfermó y murió el
hijo de la viuda de Sarepta. Ha debido saber de esto, porque tomó a su propio
hijo y lo puso sobre la cama del varón de Dios en el aposento alto; cerró la
puerta y se salió, v. 21.
La mujer mandó a
buscar al varón de Dios, pero Eliseo actuó de una vez sin consultar a Dios.
Sentía que debía hacer algo, así que le prestó su báculo a Giezi y lo mandó a
Sunem. Pero no bastó un sustituto, un báculo muerto. No podemos delegar el
poder de Dios a otros.
Sin embargo, el varón
de Dios entró, cerró la puerta y oró, v. 33. La oración eficaz del justo trae
poder. Ahora es cuando sale a relucir el ejercicio del profeta por el
individuo. Entra en juego el ministerio de este hombre, boca sobre boca, ojos
sobre ojos, manos sobre manos, torso sobre torso. La oración y el ejercicio
personal – el interés en cada cual como una persona y un alma necesitada
-- y Dios dio el resultado.
El niño estornudó
siete veces, señal de una obra divina. "Toma tu hijo", fue el mensaje
humilde, poderoso y completo del varón de Dios para la mujer sobresaliente. La
historia termina con un versículo corto, el 37, pero es impactante – tomó a su
hijo y salió -- y hace ver cómo un alma ejercitada responde a una obra de Dios.
He aquí la humildad, la gratitud y el propósito firme, pero ningún despliegue
de la carne.
Dios honra a quienes
le honran.
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