Personajes del Antiguo Testamento. N° 18.
Héctor Alves, 1896-1978.
Parte de una serie publicada mayormente
en los años 1970 en la revista Truth & Tidings
Parte de una serie publicada mayormente
en los años 1970 en la revista Truth & Tidings
Moisés en Madián
Cumplidos los
cuarenta años, le vino al corazón visitar a los israelitas, Hechos 7.23, y así
la segunda parte de la vida de Moisés comenzó con el hombre de fe actuando
según los impulsos de la carne. Es cierto que escogió sufrir reproche con el
pueblo de Dios, pero arrancó de mal pie. Los cuarenta años en casa de Faraón no
le habían preparado para la obra que Dios le iba a dar. Si uno de nosotros
hubiera escrito una biografía de Moisés, hubiéramos incluido un par de
capítulos sobre aquellos años, pero el Espíritu de Dios los asigna sólo unos
pocos versículos.
"Salió a sus
hermanos, y los vio en sus tareas", 2.11. Asumió por su cuenta la
necesidad de hacer algo, y fracasó. Sin duda sus intenciones eran buenas al
matar al egipcio, pero actuó en la carne. Sin duda fue fe que lo sacó de la
corte para conocer a los suyos, pero el tiempo no había llegado todavía para
que Dios los librara de la servidumbre en Egipto. Moisés fue prematuro en su
primera iniciativa con su propio pueblo; todavía faltaban cuarenta años.
Había cursado
cuarenta años en la escuela egipcia, y ahora tenía que cursar cuarenta en la
divina, y esa escuela estaba al lado lejano del desierto. Así como con la
primera fase, la información acerca de la segunda es escasa.
Moisés huyó, y habitó
en Madián. Fue un punto crucial en su carrera, pero no sabemos por qué escogió
Madián. Sea como fuera, su primer paso allí fue un acto de caballerosidad. Él
ayudó a siete hijas del sacerdote del lugar a sacar agua para sus rebaños
cuando una compañía de pastores nómadas las hubiera repulsado. Vemos en esto
algo del carácter del hombre que Dios iba a llamar muy manso, más que todos los
hombres que había sobre la tierra. Su cortesía le fue recompensada; el padre de
estas mujeres preguntó: "¿Por qué habéis dejado a ese hombre? Llamadle
para que coma". Así que convino en morar con aquel señor, y se casó con su
hija Séfora. Hecho esto, apacentaba las ovejas de su suegro Jetro y las sacó a
través del desierto.
Desde los cuarenta
años hasta los ochenta, en el lapso cuando la mayoría de los hombres están
madurándose en su carrera, Moisés estaba cuidando ovejas en un lugar lejos de
la civilización que conocía. Sería una vida solitaria, quizás con tienda por
vivienda – un gran contraste con un palacio. En la Escritura cuarenta es el
número de prueba, y para Moisés aquellos años eran de prueba de parte de Dios,
y de Moisés en efecto probando a Dios. Nada se nos cuenta de sus experiencias.
Si quería volver a Egipto, entonces aprendió la paciencia. Sin duda maduró,
aprendió a no confiar en sí y a fortalecerse en Dios.
Entonces él tuvo la
experiencia de la zarza encendida años antes, a lo mejor pensaba, "Yo soy
el hombre", pero en el 3.11 exclamó, "¿Quién soy yo?" Ahora era
precisamente el hombre que Dios podía usar en la misma obra que Moisés no logró
hacer en su propia fuerza. Ahora estaba equipado de lo que Dios le había
enseñado en el desierto. Ante la zarza aprendió reverencia, porque allí el
Señor le dijo: "No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el
lugar en que tú estás, tierra santa es". Aprendió una lección que muchos necesitan
hoy en día: la santidad de Dios. Con esto recibió su comisión: "Ven ... te
enviaré a Faraón".
La hora de Dios había
llegado, y él estimuló a su siervo con la promesa: "Yo estaré
contigo". Moisés no estaba listo todavía, así que Dios le dio tres
señales. Las objeciones que puso han sido en principio las de muchos siervos
del Señor. El yo fue un estorbo, el temor fue otro y la incredulidad el
tercero. Otro, decía Moisés, pero yo no. Pero finalmente estaba dispuesto a
volver el hombre que se había marchado de Egipto por fe, y había decidido
partir su lanza en bien de sus hermanos perseguidos. Moisés, Séfora y sus dos
hijos salieron de Madián rumbo a Egipto. El encuentro con su hermano Aarón tuvo
lugar en el monte de Dios – un buen sitio de reunión.
La tercera fase
En el Libro de Éxodo
los primeros ochenta años ocupan tres capítulos. El resto, los capítulos 5 al
40, y los Libros de Números y Deuteronomio, tratan de los cuarenta años
restantes. Aprendemos en Éxodo 7.7 que Moisés era de ochenta años cuando habló
a Faraón, y en Deuteronomio 34.7 que era de ciento veinte años cuando murió.
"Jehová
respondió a Moisés: Ahora verás lo que yo haré a Faraón". No es nuestro
propósito abundar sobre estos milagros; todos conocemos la historia de la
resolución de Moisés, el compromiso del egipcio y la insistencia de Moisés. A
lo largo de estos cuarenta años vemos a este hombre como el salvador, líder,
mediador, intercesor y legislador. Hubo momentos de triunfo como también de
fracaso. Aprendemos de lo sucedido en Mara, Elim, Horeb y en la guerra con
Amalec, etc. Así como fue dicho de Elías, se ha podido decir de Moisés que era
hombre de pasiones semejantes a las nuestras. Es acertado el adagio que uno no
debe ser evaluado por los accidentes de su vida sino por el tenor de su vida.
Moisés ganó el título de ser varón de Dios.
Números capítulo 20
narra un mancha, cuando él falló de dos maneras. Dios le mandó hablar a la
roca, pero la golpeó, y eso dos veces. También, al hablar al pueblo, no lo hizo
respetuosamente y con autoridad, sino que les llamó rebeldes. Faltó en
obediencia y reverencia. Dios no pasó por alto este pecado en su siervo, y
Moisés pagó caro por lo que hizo. Dijo Dios: "Por cuanto no creísteis en
mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto no meteréis
esta congregación en la tierra que les he dado", 20.12. Dios lo humilló
delante del pueblo.
El lado positivo del
carácter de Moisés está a la vista en Números 12, donde leemos que María y
Aarón hablaron en contra de él. Fue asunto de celos familiares prevaleciendo
sobre el afecto natural. María poseía don y gracia, y también era profetisa. No
estaba contenta con su posición, y resulta que no dominaba su lengua. Moisés
dio un ejemplo sobresaliente de mansedumbre, sin decir una sola palabra de
reproche cuando tenía porqué hacerlo. Un detalle importante en la narración es
que el Señor estaba oyendo, y esto contaba por mucho más que Moisés haya podido
decir. Él sufrió la contradicción de pecadores contra sí mismo, y Dios lo
vindicó enteramente. María sufrió por su necedad; el juicio divino le cayó como
rayo.
Muerte
Es conmovedor leer de
la muerte de Moisés. Bien podemos preguntarnos qué eran sus pensamientos al
subir las laderas del Nebo a la edad de ciento veinte años y en el vigor de la
vida. Después de cuarenta años de servicio fiel a Dios, y habiendo conducido su
pueblo hasta la entrada de la tierra prometida, sus esperanzas habían sido
truncadas. Había suplicado: "Pase yo … y vea aquella tierra buena que está
más allá del Jordán", pero Jehová respondió: "Basta, no me hables más
de este asunto".
Este es el Moisés que
había rehusado llamarse hijo de la hija de Faraón, sufrido reproche con el
pueblo de Dios, rechazado quedarse en Egipto, conducido al pueblo de Dios por
el desierto y tolerado la conducta de ellos. Le animaba la perspectiva de
entrar en una tierra que fluía leche y miel, pero más bien tiene que morir por
mandamiento de Dios. El golpe ha debido ser duro, y por cierto el castigo
parece severo, pero él había desobedecido la Palabra de Dios y manchado un tipo precioso.
Una vez más vemos las
cualidades del más manso de hombres. Al haber conocido el himno, ha podido
cantar: "Todo cuanto Dios permita obra para bien, y deseo solamente
responderle: Amén". Desde ese
entonces hasta ahora muchos han tenido una experiencia similar, quitados en
medio de una obra en progreso. Algunos han inclinado la cabeza y dicho:
"No se haga mi voluntad, sino la tuya". Podemos estar seguros de que
en muchos casos la compensación será completa aun cuando la obra en mano quedó
incompleta.
Moisés es el único
que Dios sepultó. Su servicio funerario fue conducido en silencio y su sepulcro
quedó sin lápida. Así terminó la vida de uno de los hombres más grandes de la
tierra.
Pero Dios le tenía
todavía más honra para Moisés. Quince siglos más tarde, aparecieron él y Elías
hablando con Cristo, Mateo 17.3. El anhelo de Moisés fue satisfecho: estaba
parado sobre otro monte, en la tierra en la cual deseaba entrar cuando aquí en
el mundo. Y también, antes de que se quede inmóvil la pluma de la inspiración,
leemos en Apocalipsis 15.3 de aquellos que cantaron el cántico de Moisés. Este
hombre disciplinado fue honrado en su muerte, entierro, presencia con el Señor
Jesús y en el cielo.
Concluido.o.
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