martes, 13 de febrero de 2018

Moisés, el siervo de Dios.

Personajes del Antiguo Testamento.        N° 17.

Héctor Alves, 1896-1978.
Parte de una serie publicada mayormente
 en los años 1970 en la revista Truth & Tidings

Moisés, el siervo de Dios

El título del Salmo 90 designa a Moisés como varón de Dios; en Deuteronomio 34.5, al cierre de su vida, es el siervo de Jehová; en Josué 1.2 Dios se refiere a él como "mi siervo". Se ha dicho que es el personaje sobresaliente de la historia, sagrada o profana. Por lo menos podemos decir que posiblemente no hubo otro mayor desde Adán hasta Cristo. Hasta el sol de hoy los judíos hablan reverentemente de él, y algunos se quitan el sombrero a la mención de su nombre.
Nacido bajo la sentencia de muerte, Moisés era hijo de esclavos en Egipto, pero con todo llegó a ser hijo de una princesa. Heredó pobreza, luego riqueza y posición. Vivió en gran lujo y después fue pastor por cuarenta años al lado de un desierto. Más adelante fue el salvador de su pueblo y su líder en adversidad. A la edad de 120 años subió al Nebo a pie en plena energía de espíritu para morir en soledad conforme al placer de Dios. Moisés fue escogido de Dios para una gran obra.
Era muy manso, más que todos, pero un líder sin temor. Era un mediador, intercesor y legislador. La fe gobernaba su corazón y controlaba su vida. Moisés es uno de pocos en la Escritura cuya vida se traza desde el nacimiento hasta la muerte, y más allá de la muerte, porque le vemos en el Monte de Transfiguración con el Señor Jesús y su nombre figura en el libro de Apocalipsis.
"Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres por tres meses, porque le vieron niño hermoso, y no temieron el decreto del rey", Hebreos 11.23. Amram y Jocabed manifestaron su fe al no tener temor, y también al ver a su hijo como "niño hermoso". Esteban nos informa que era agradable a Dios, Hechos 7.20.
Esta fe les guió a esconder al niñito por tres meses y luego dejarlo en un carrizal junto al río, que en realidad fue encomendarlo en la mano de Dios. Esta madre no era sólo una mujer de fe sino un diplomático también. Lo vemos en haber puesto el arca donde sería detectada por alguien del hogar de Faraón, y en haber enviado a su hija a ver qué iba a suceder.
Esteban, citado ya, divide la vida de este hombre en tres lapsos de cuarenta años; vv 2, 30 y 36: cuarenta en el corte de Faraón, cuarenta en Madián y cuarenta en el desierto al frente del pueblo de Dios. Sabiamente se ha dicho que pasó cuarenta años aprendiendo ser alguien, cuarenta aprendiendo no ser nadie y cuarenta mostrando qué podía hacer Dios con un nadie. Estudiaremos la vida de este hombre en estos tres períodos.

Moisés en la corte de Faraón

No sabemos por cuánto tiempo Jocabed cuidó al niño en el palacio de Faraón, ni a qué edad lo entregó a la hija de aquél. Éxodo 2.10 relata que el niño creció y aquella princesa lo prohijó y le puso por nombre Moisés, diciendo: "porque de las aguas lo saqué". Sin duda su madre le habrá contado acerca de Dios y sus promesas a Abraham, Isaac y Jacob. (En aquel entonces no había una Palabra de Dios documentada). Le habrá contado al chiquillo cómo ella y su padre lo habían puesto en el arquilla, y su vida fue salvada al ser descubierto. Sin duda relataría la opresión de los israelitas, y el pequeño meditaría todo esto en su corazón. Estamos sugiriendo estos detalles, porque no contamos con un "escrito está" acerca de esa experiencia.
Criado en la corte, en la nación más avanzada de la época, "fue enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras". Este comentario de Esteban quiere decir que el joven adquirió conocimientos de los artes de aquel entonces, tales como la geometría, literatura, música y medicina. En cuanto a la religión egipcia, es probable que la aborreciera. El corazón de Moisés no estaba en estos grandes logros, sino en algo que estimaba ser mucho mayor que la corte de Faraón.
Hebreos presenta esa realidad de una manera hermosa, apuntando siete cosas que Moisés hizo por fe. Aquí encontramos el primer gran punto crucial en su vida. "Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón. Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible".
Estos hechos han sido seleccionados y registrados en el Nuevo Testamento para nuestra instrucción; son cualidades sobresalientes en este hombre de fe.
Primeramente, rehusó ser llamado hijo de la hija del rey. No todos los que tienen fe la tienen para rechazar lo que les beneficia en esta vida, pero para Moisés no era cuestión de agradarse a sí mismo; no le interesaba una buena posición social en el mundo. Rehusó ser llamado su hijo simplemente porque no lo era. Algunos dirían que el nombre de uno no es significativo, pero Moisés asignó mucha importancia a su apellido, y no quería mantener una relación con la hija de Faraón. Le costó los tesoros de Egipto.
Rechazar las atracciones del mundo requiere tanto fe como coraje; es más fácil acomodarse al ritmo de la época. Moisés no quería una identificación que no correspondía a la realidad, y nosotros, por nuestra parte, queremos llevar en mente que Dios nos ha dado tan sólo el nombre de cristianos, los que son de Cristo.
Moisés no solo rehusó; él escogió también; las dos posturas van juntas. Uno puede rechazar algo sin necesariamente optar seguir al Señor, pero este hombre escogió identificarse con un pueblo perseguido. El complemento de esto en el Nuevo Testamento es 2 Corintios 6.17: "salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré". Moisés pagó un precio por su elección, y así será también con todos los que obedecen el llamado que hemos citado.
El próximo punto es que estimaba este reproche de Cristo como de mayor valor que los tesoros egipcios. Él midió el presente a la luz del futuro, y encontró que el reproche era la mayor ganancia aunque por el momento arrojaba pérdida. "Tenía puesta la mirada en el galardón", y asignaba poca importancia a lo demás. Así era Pablo también; él siempre tenía por delante la venida del Señor y el tribunal de Cristo. Creemos que se ajusta a la Palabra de Dios llevar en mente el galardón celestial, pero que no debe ser el motivo de nuestro servicio y separación del mundo.

Continuara.

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