“¿Cuál será el fin de aquellos
que no obedecen al evangelio de Dios?” 1Pedro 4:17
Hay en el mundo una
preocupación bien fundada en el alto costo de la vida. Los precios de los
artículos de primera necesidad están por las nubes y siguen en alza hasta que
las ganancias de muchos a duras penas cubren sus gastos. Este dilema es en
serio en verdad, pero hay otro infinitamente más grave, y que causa poca o
ninguna preocupación en las personas. Es el alto costo de la desobediencia a
Dios, el de seguir en sus pecados sin obedecer al evangelio hasta perder el
alma eternamente. El costo de tal desobediencia no ha variado durante los
siglos porque es tan elevado que no puede subir más.
La desobediencia puede
acarrear consecuencias fatales aun en las cosas que atañen a nuestra vida
física. Pienso en un acto de indisciplina de parte de un soldado en la segunda
guerra mundial que le costó la vida. El pertenecía, lo mismo que yo, a una
compañía de cien militares que estábamos alojados en casas en toda la costa sur
de Inglaterra. Nuestra misión era la de captar las transmisiones de radio del
ejército enemigo para luego descifrar sus mensajes en clave y localizar sus
divisiones.
En las playas
cerca de aquellas casas, los ingleses habían construido defensas después de ser
arrojados del continente Europa, atrincherándose en su isla en espera de una
invasión que nunca llegó. Mar adentro levantaron una enrejada de tubos para
impedir el desembarco de tropas y en las playas echaron una línea de grandes
bloques de concreto para cerrar el paso de los tanques. Debajo de las arenas
escondieron minas de alto poder explosivo con dispositivos percutores para
hacerlas volar al ser pisadas por el pie de un hombre o por las orugas de un
carro blindado. Para salvaguardar la vida a las personas no enemigas colgaron
en los enredos de alambre de púa avisos en letras rojas que decían: “PELIGRO,
MINAS, NO PASE”. A los civiles les era prohibido acercarse. A nosotros los
soldados nos fue dada una orden explícita de no pasar a la playa. Las
advertencias no son para entretener a los transeúntes, sino son para que los
cautos no se metan en problemas. Son para el bienestar de los que las tomen en
serio y obedecen. Años atrás, Samuel dijo a Saúl cuando perdió su derecho a
reinar como rey: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios” (1
Samuel 15:22). ¿Cuál fue la causa de su destitución? Desobedeció la clara
instrucción de Dios. Dios toma en cuenta cuando obedecemos y desobedecemos.
(Continuará)
“Y Samuel dijo: ¿Se complace
Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las
palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el
prestar atención que la grosura de los carneros” 1Samuel 15:22
Durante le Segunda Guerra
Mundial, los ingleses construyeron defensas en las playas para evitar la
invasión que nunca llegó. Debajo de las arenas escondieron minas de alto poder
explosivo y para salvaguardar la vida a las personas no enemigas colgaron en
los enredos de alambre de púa avisos en letras rojas que decían: “PELIGRO,
MINAS, NO PASE”. Un día se notó una columna de humo a la distancia y a un
compañero de nosotros le despertó la curiosidad. Para ver mejor pasó por encima
del alambre de púa, haciendo caso omiso de los avisos y de las órdenes
superiores, y se encaramó en un bloque. No satisfecho todavía, brincó del
bloque a las arenas da la playa. En ese momento andaba yo por la calle a unos
treinta metros de distancia y sentí una tremenda explosión. El pavimento se
estremeció y pedacitos de metal y de piedras empezaron a llover sobre mas.
Sentí caer algo más pesado a mi lado. Era el hueso de la rodilla de un hombre
con pedazos de carne carbonizada colgando de él.
Inmediatamente fue reunida
toda la tropa. Era de creer que el muerto fuera uno de los nuestros pero
todavía no sabíamos quién. Un oficial empezó a pasar lista y cada soldado al
oir su nombre contestaba “¡PRESENTE!”. Eran momentos tensos en extremo. Por fin
el mayor llamó “¡JOHNSTON!”. Hubo silencio, “¡JOHNSTON!”, gritó en tono casi
imperioso, reflejando su voz la tensión que todos sentíamos. Nos miramos los
unos a los otros en medio del silencio más absoluto. Johnston no estaba
presente. No contestó, ni contestaría jamás. El muerto era él.
Recogimos los
pedazos de su cadáver que pudimos encontrar para darles sepultura. El pie que
pisó la mina no lo hallamos sino una semana después todavía metido en su bota,
pero a sesenta metros de distancia. Fue la primera baja que sufrimos y la
sentimos mucho más que otras pérdidas que ocurrieron después de entrar en
acción directa contra el enemigo. Fue tan innecesaria, pero muestra el alto
costo de la desobediencia. El evangelio es más que un mensaje de invitación,
pues “Dios, … ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se
arrepientan.” Hechos 17:30. El evangelio es un mandamiento y debe ser
obedecido, pues si no, “cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con
los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron
a Dios, NI OBEDECEN AL EVANGELIO de nuestro Señor Jesucristo” 1 Tesalonicenses
1:6-7. No obedecer el evangelio se paga con un alto costo. –
“Mas no todos obedecieron al
evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?”
Romanos 10:16
La desobediencia es algo
innato en todos los seres humanos. Adán y Eva gozaban en el Edén de la comunión
diaria con su Creador, pero sugestionados por Satanás, desobedecieron a Dios y
fueron echados fuera. El costo tan elevado de este acto de rebeldía seguimos
pagando nosotros según nos aclara la Biblia, “Por tanto, como el pecado entró
en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a
todos los hombres, por cuanto todos pecaron… Porque así como por la
desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así
también por la obediencia de uno CRISTO, los muchos serán constituidos justos”
Romanos 5:12 y 19
Desde nuestro nacimiento,
somos pecadores. Lo somos por herencia y por práctica pues cada uno ha
desobedecido a Dios y él dice, “el alma que pecare esa morirá”. La muerte no es
un dejar de existir sino más bien un desesperante existir distanciado de Dios.
Antes de obedecer al evangelio, los Efesios estaban en un condición descrita
como “muertos en vuestros delitos y pecados” Efesios 2:1. Este es el verdadero
estado de todo pecador delante Dios. Viviendo, está lejos de Dios. El evangelio
llama al arrepentimiento y la obediencia para confiar en Cristo. Si el pecador
continúa en esta condición, el mismo pagará el alto costo de su desobediencia
que es la segunda muerte, una eternidad separado de Dios en el lago de fuego.
Tan distinto a
nosotros es el Señor Jesucristo a quien atribuimos en sentido profético las
palabras, “Yo no fui rebelde, ni me volví atrás. Di mi cuerpo a los heridores,
y mis mejillas a los que me mesaban la barba” Isaías 50:5-6. Muriendo en la cruz
fue un supremo acto de obediencia a Dios. Hizo posible la salvación nuestra, es
decir, por medio de podemos obtener la vida eterna. “Se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” Filipenses 2:8. Por la
obediencia de Él puede constituirnos justos ante Dios. La Biblia pregunta,
“¿Cuál será el fin de aquellos que NO OBEDECEN al evangelio de Dios? 1° Pedro
4:17, y da la contesta, “En llama de fuego, para dar retribución a los que no
conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los
cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor…”
1 Tesalonicenses 1:8-9. Decimos a los que no son salvos: No hagas caso omiso de
estas claras advertencias. No desobedezcas la voz de tu Dios. Recibe a Cristo
por la fe en este momento, pues “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero
el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está
sobre él.” Juan 3:36. –BC/daj
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