Personajes del Antiguo Testamento. N° 16.
Héctor Alves, 1896-1978.
Parte de una serie publicada mayormente
en los años 1970 en la revista Truth & Tidings
Parte de una serie publicada mayormente
en los años 1970 en la revista Truth & Tidings
En casa de Potifar
Los hermanos
vendieron a José por veinte piezas de plata. Si dividieron la suma en partes
iguales, cada uno recibió apenas dos piececitas. Los madianitas a su vez
entregaron el preso a un oficial egipcio llamado Potifar, y sin dudo fue buen
negocio para ellos vender a un mozo de diecisiete años. José no contaba con su
túnica ahora, sino con algo mejor: "Jehová estaba con José, y fue varón
próspero", 37.2. Aun siendo un esclavo hebreo en casa de un egipcio bien
acomodado, él gozaba de compañerismo divino. Su perspectiva parecía ser buena;
su amo le puso sobre todos sus bienes.
El joven era de
gallarda figura y de hermoso parecer. La Palabra de Dios relata que la esposa de su amo
intentó seducirlo. José rechazó su propuesta y dejó una declaración que
nosotros debemos llevar muy en mente: "¿Cómo, pues, haría yo este grande
mal, y pecaría contra Dios?"
Por segunda vez José
perdió su túnica, sin duda de calidad. Huyó de la tentación, y la mujer lo asió
por su ropa; él se quedó sin ropa pero con su carácter intacto. José puso por
obra lo que Pablo instó a los santos siglos más tarde: "Huid de la
fornicación".
Y por segunda vez la
ropa de José fue usada como falso testimonio en su contra. Aparentemente
Potifar creyó la historia que le fue contada. "Tomó su amo a José, y lo
puso en la cárcel, donde estaban los presos del rey". Y justamente en el
versículo que sigue leemos: "Pero Jehová estaba con José".
Así, él dejó la casa
de Potifar con las mismas palabras registradas acerca de él cuando entró: el
Señor estaba con él. Pronto ganó el favor del carcelero. "Cuando los
caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en
paz con él". No obstante las circunstancias contrarias, José fue
ascendido.
El copero en jefe y
el panadero en jefe estaban entre los presos. Un día vieron que José estaba
triste, y preguntaron por qué. Cuando les contaron sus propios sueños, el
soñador interpretó sueños. El panadero fue ahorcado y el copero restaurado a
sus funciones. José se aprovechó de la oportunidad y pidió a este último:
"Acuérdate de mí cuando tengas ese bien". No hizo mal al pedir esa
libertad de su encarcelamiento injusto, pero la naturaleza humana se hizo
evidente, porque "el jefe de los coperos no se acordó de José, sino que le
olvidó". La ingratitud caracteriza los días postreros, 2 Timoteo 3.2.
José había aprendido
la verdad de Isaías 2.22: "Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su
nariz". Sin duda había confiado en la integridad del copero, y día tras
día había esperado buenas noticias, pero su suerte iba a ser la de pasar dos
años más en esa prisión, y no es de dudar que fueran años difíciles de llevar.
Él no sabía que Dios estaba esperando el momento oportuno, y bien ha dicho
alguien que Él nunca se atrasa ni se adelanta.
Si José hubiera sido
excarcelado poco después de salir el copero, hubiera sido prematuro en los
propósitos de Dios. Hubiera estado en libertad, pero probablemente poco más.
Posiblemente hubiera intentado volver a la casa paternal, pero desde luego esto
es sólo suposición. Definitivamente José iba a salir libre, pero solamente en
el momento que Dios tenía previsto.
Él iba a enviar
hambruna y Faraón iba a soñar. La mente del copero empezó a reflexionar, y él
se acordó de su falta. Buscaron al preso José, quien expuso el sueño. Todo
estaba acorde con el plan de Aquel que "hace todas las cosas según el
designio de su voluntad", Efesios 1.11.
La lección que
debemos aprender es que nuestro Padre se rige por un calendario. Los
acontecimientos en nuestro relato tuvieron lugar "cuando se acercaba el
tiempo de la promesa", Hechos 7.17. La aflicción de José llegó a su fin
cuando Dios quiso: "Hasta la hora que se cumplió su palabra, el dicho de
Jehová le probó", Salmo 105.19.
Habiendo oído el
sueño, José le da al rey un mensaje triple de parte de Dios. Dijo que Dios le
había mostrado a Faraón lo que iba a hacer y cómo debía proceder. Faraón
reconoció que efectivamente Dios le había hecho saber todo esto a José, y
encontramos que éste fue honrado sobremanera.
Segundo en el reino
Faraón reconoció que
la sabiduría de José era de origen divino, y por esto lo puso de gobernador
sobre todo Egipto. Las aflicciones de José habían pasado; a la edad de treinta
años era el primer ministro. De muchacho pastor, a través de mucha tribulación,
ascendió a ser (aparentemente por ochenta años) gobernador de la nación más
avanzada de su tiempo. Esta posición fue lograda con base en su valor personal,
si bien todo el tiempo Jehová estaba con José. En el 41.42 leemos que
"Faraón quitó su anillo de su mano, y lo puso en la mano de José; y puso
un collar de oro en su cuello ... y lo hizo vestir de ropa de lino finísimo, y
puso un collar de oro en su cuello".
Una vez más José se
había mudado de ropa. Primero tenía la túnica de varios colores que su padre
había hecho; luego el uniforme de un supervisor en la casa de Potifar; y
entonces un cambio repentino al atuendo de un preso en la cárcel. Finalmente,
ostentó ropas de lino muy fino que nunca le serían quitadas. Fue honrado de
Dios porque había honrado a Dios. Faraón le dio un nombre nuevo a José, el de
Zafnat-panea, que quiere decir un revelador de secretos. También le dio de
esposa a Asenat, hija del un sumo sacerdote de On. La experiencia en los años
con Potifar, como también los sufrimientos en la cárcel, le capacitó para su
responsabilidad nueva.
Es demasiado común
que el orgullo se manifieste cuando un hombre es exaltado repentinamente a una
posición de dignidad. No fue así con José, ni más adelante se aprovechó de su
autoridad con castigar a sus hermanos por lo que habían hecho. Aborrecían a
José, de manera que daban por entendido que él sentiría lo mismo para con
ellos. Pero eso no era el carácter del hombre que había pasado por la prueba de
un encarcelamiento injusto y ahora por la de la prosperidad. La cisterna y la
cárcel le prepararon para el cuello de oro. En la cisterna se dio cuenta del
odio que sentían sus hermanos; en la cárcel aprendió la fidelidad de Dios;
ahora, condecorado, iba a aprender la soberanía de Dios. José era paciente y
honesto, bien en la casa de Potifar, en la prisión o en el palacio de Faraón.
Dios tenía en mente
una gran obra para este hombre. Sería la de salvador. También, estaba en los
propósitos de Dios que fuese reunido con su padre y sus hermanos. La verdad es
más extraña que la ficción, y esto se ve en las circunstancias tan llamativas
que condujeron a la reconciliación de la familia. Los sueños de José fueron
cumplidos. Aun cuando hubo un lapso cuando sus hermanos no estaban dispuestos a
oírle, llegó el tiempo cuando lloraban a sus pies. Más adelante el carácter
noble de nuestro protagonista brilló a través de sus palabras: "Vosotros
pensasteis mal contra mí, mas Dios lo caminó a bien, para hacer lo que vemos
hoy, para mantener en vida a mucho pueblo".
Gloria y bendición
José vivió por más de
sesenta años después de la hambruna, pero poco leemos de él en esa etapa.
Recibió el doble de la herencia que le correspondía, y la prole de sus hijos --
Efraín y Manasés -- fue reconocido entre las doce tribus de Israel.
"Habitó José en
Egipto, él y la casa de su padre", 50.22. No diríamos que fue por gusto
propio. No era su posición exaltada que lo guardó allí, ni los honores que
habrá disfrutado todavía. Él sabía de la promesa que Dios le hizo a su padre en
Beerseba: "Yo descenderé contigo a Egipto, y yo también te haré volver; y
la mano de José cerrará tus ojos".
Los propósitos de
Dios tendrían todavía otro cumplimiento después de la muerte de José. "Por
la fe José, al morir, mencionó la salida de los hijos de Israel, y dio
mandamiento acerca de sus huesos", Hebreos 11.22. Jacob tenía doce hijos,
algunos de ellos de renombre, pero solamente éste recibe mención en los actos
de fe narrados en Hebreos 11.
Él tenía una
convicción firme que Dios cumpliría su promesa. De ninguna manera sus trece
años de aflicción habían debilitada su confianza en Dios, sino la habían
fortalecido. La prosperidad suele alejar a uno de nuestro Padre, pero así no
fue con José. Aunque más de doscientos años habían transcurrido desde que Dios
hizo la promesa a Abraham, José confiaba que la iba a cumplir.
El escritor a los
Hebreos bien ha podido mencionar varios incidentes, actos de fe, en la vida de
José, pero el Espíritu Santo escoge solamente dos: la mención de la salida de
los israelitas y la orden respecto a sus huesos. José era un verdadero hebreo
(uno que cruzaba al otro lado) hasta el día de su muerte. Hizo que los hijos de
Israel juraran, diciendo: "Dios ciertamente os visitará, y haréis llevar
de aquí mis huesos", 50.25. Sin duda ha podido mandar que se levantara un
gran monumento sobre su tumba, al haber sido sepultado en Egipto, pero su fe en
Dios era más fuerte que cualquier ambición terrenal. Sus nobles palabras están
registradas para nuestra instrucción: "Yo voy a morir, mas Dios
ciertamente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a
Abraham, a Isaac y a Jacob".
No quería que sus
huesos se quedaran en Egipto, de manera que Moisés los llevó consigo aquella
noche memorable en que los hijos de Israel salieron de ese país. Los israelitas
llevaban aquellos huesos en sus caravanas a lo largo de todos aquellos años de
peregrinación. Esto nos trae a la mente, claro está, las palabras de 2
Corintios 4.10: "llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte
de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros
cuerpos". Aun cuando los hijos de Israel llevaron aquellos huesos a Mara,
Refidim y tantas otras partes, no leemos
que en todas sus murmuraciones se hayan acordado de José. Aquellos restos han
debido ser para ellos lo que la cena del Señor es para nosotros: un recordatorio
precioso.
Por fin llegaron a la
tierra prometida, y "enterraron en Siquem los huesos de José ... en la
parte del campo que Jacob compró ... y fue posesión de los hijos de José",
Josué 24.32. Probablemente esto no quedaba lejos de la cisterna donde sus
hermanos lo habían metido muchos años antes. Así, Génesis termina con un ataúd
en Egipto y el libro de Josué (el Efesios del Antiguo Testamento) con los
huesos del patriarca enterrados en Canaán. En la vida de Josué aprendemos que
la humildad viene antes de la honra, Proverbios 15.33, y "mejor es el fin
del negocio que su principio", Eclesiastés 7.8
Concluido.