jueves, 4 de enero de 2018

Dios probó a Abraham



Personajes del Antiguo Testamento.        N° 7.

Héctor Alves, 1896-1978.
Parte de una serie publicada mayormente
 en los años 1970 en la revista Truth & Tidings

Dios probó a Abraham

¿Quién entre nosotros estaría dispuesto a obedecer hoy un llamado como este?  Conllevaría privación. Sin duda Abraham disponía de suficiente para atender a sus propias necesidades y las de su hogar, pero desprenderse de todo lo que estimaba y confiar en la palabra de Dios, fue sin duda una prueba de su fe. Su único asidero era las promesas de Dios.
Dios tenía una buena razón, porque una gran nación, y aun naciones, llegarían a existir a través de este hombre y su simiente. El capítulo 12 contiene verbos que ameritan nuestra atención: Abraham se fue, saludó, pasó, plantó y partió. Hebreos 11 resume todo este movimiento: "salió sin saber a dónde iba".
No obstante su coraje, él procedió a cometer un error. El 12.10 lo define y el 13.1 pone cote al incidente: "descendió Abram a Egipto", y "salió, pues, Abram de Egipto". Es su única desviación de la senda de fe en sus cien años de peregrinación. La vida de separación no es fácil, y aquí Abraham fue probado severamente. Había llegado a Canaán en tiempo de hambruna, una prueba en sí. Dios le había  mandado a esa tierra, y el peregrino ha debido saber que lo cuidaría a él y a los suyos, pero Abraham continuó hasta llegar a Egipto.
Figurativamente, Egipto representa el mundo. Siglos después Dios diría: "¡Ay de los que descienden a Egipto por ayuda!" Cierto, hubo ocasiones cuando Él mandó a los suyos a Egipto. Tenemos el caso de Jacob, a quien dijo: "No temas de descender a Egipto", Génesis 46.3. A José en su tiempo lo mandó: "Levántate, y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto", Mateo 2.12. Así con nosotros ahora: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio". Y: "Vosotros sois la luz del mundo". Pero Abraham no tenía ninguna palabra de Dios para hacer lo que hizo; él dejó atrás el lugar del altar, y no leemos que haya levantado uno en Egipto.
Un acto de desobediencia dio lugar a otro, como suele suceder cuando nos alejamos de la senda. "Di que eres mi hermana", etc. Abraham jugó el papel de cobarde. En un sentido Sara sí era su hermana, hija del padre de Abraham pero no de su madre. Pero en los ojos de los egipcios era su esposa. La conducta del patriarca deshonró a Dios y dio mal testimonio ante el mundo. Él estaba donde no ha debido estar, y nos enseña que debemos cuidar nuestra conducta ante los inconversos.
Abraham descendió a Egipto solamente "para habitar temporalmente allí" (Versión Moderna, 1893) pero salió del país riquísimo en ganado, en plata y en oro. Su estadía tuvo dos efectos en años posteriores: (i) fue en Egipto que consiguió a Agar, quien llegó a perturbar la familla; (ii) al decidir dónde radicarse Lot "vio la llanura de Jordán … como la tierra de Egipto".
La separación de Lot es la próxima historia de mayor interés, y es una tragedia muy aleccionadora. Abraham le hizo una promesa bondadosa: si Lot quería escoger tierras a la izquierda, el tío iría a la derecha, pero si el menor quería ir a la derecha, el mayor iría a la izquierda. Al hablar así, él dejó la elección con Dios. Está solo ahora; Dios lo había llamado a él no más y Lot simplemente lo acompañó.
Ahora él recibe una revelación divina más amplia que cualquiera anterior. Ahora Dios le promete la tierra para sí, y le hace saber la magnitud de su simiente. Hacemos bien en notar las tres promesas a Abraham. Pueden ser llamadas la del polvo, de las estrellas y de la arena.
Primeramente, "Haré tu descendencia como el polvo de la tierra", 13.16. En las Escrituras el polvo sugiere la humildad. Abraham había asumido una postura humilde al elegir tierra, así que Dios le aseguró que la tierra que iba a ver ahora sería para él y los suyos para siempre y esta descendencia sería tan numerosa como el polvo de la tierra.
Entonces en el 15.15 tenemos la promesa que ella sería tan abundante como las estrellas. Sigue de inmediato a la declaración que este hombre "creyó a Jehová, y le fue contado por justicia". Las estrellas nos sugieren el fruto espiritual de Abraham: nosotros mismos, cuyas bendiciones son espirituales.
En tercer lugar está la del 22.17: "Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar". La arena sugiere la simiente terrenal de Abraham. Esta promesa sigue de inmediato a las palabras: "por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo".
Es que Dios le había mandado: "Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas … y ofrécelo allí en holocausto". Esta es la obediencia de fe, sin paralelo en el Antiguo Testa-mento. Hay un solo evento en la historia de la humanidad que sobrepasa este acto noble, y es aquel cuando Dios el Padre dio a su Hijo a la muerte de cruz, una muerte que no podía ser evitada, aunque la de Isaac sí.
Esta prueba no fue una tentación. Parece haber venido repentinamente; todo estaba marchando bien, cuando como rayo del cielo Abraham fue sujetado a esta exigencia. Versaba sobre su hijo querido, la pieza clave de las promesas. No tenía que ver tan solo con su amor por Isaac, sino también con los planes de Dios a ser cumplidos en él. Abraham ni siquiera se quedó pasmado ante la orden, ni hubo una palabra de regateo. Se levantó temprano y emprendió viaje conforme al mandamiento de Dios.
Grande fue la fe encerrada en su repuesta a la pregunta de Isaac: "Dios se proveerá de cordero para el holocausto". Obsérvese: se proveerá para sí. ¿Fue a esto que nuestro Señor se refería al decir: "Abraham se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó"? ¿En qué pensaba el patriarca en aquellos tres días de marcha? ¡Nunca sabremos! Isaac no era ningún niño, sino hombre capaz de llevar la leña cuesta arriba.
Ni él ni otro hombre alguno comprenderían lo que estaba sobre el corazón de Abraham. Al avistar el cerro, les dijo a los mozos: "Yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos". Su explicación es muy significativa por cuanto revela que él iba a devolver a Dios lo que Dios le había dado a él. Y agrega: "volveremos a vosotros". Creemos que dijo esto por estar seguro que de alguna manera Dios proveería un sustituto, e Isaac regresaría con su padre. "Fueron ambos juntos". Estaban de acuerdo entre sí, cualesquiera los pensamientos del uno y del otro. 
Pero no es necesario que repasemos más de la historia. La fe triunfó y Abraham, "cuando fue probado, ofreció a Isaac". Al efecto, volvió adonde los esperaban los siervos, pero el relato no dice que Isaac volvió. Dios lo había recibido en figura. El capítulo 22 de Génesis siempre ha sido un favorito de los lectores de la Biblia; en él tenemos un cuadro por demás hermoso del Calvario.

Dios honró a Abraham

A su tiempo, murió Sara. En pie ante su esposa difunta, Abraham se pronunció extranjero y forastero en la tierra que Dios le había prometido. Así fue que se veía a sí mismo, pero el pueblo de Het lo proclamó principié prestigioso. Tengamos presente lo que les dijo: "Dadme propiedad para sepultura …" Es la primera mención en las Escrituras de un entierro.
En 25.8,9 leemos que Abraham exhaló el espíritu, muriendo en buena vejez. Isaac e Ismael lo sepultaron en la cueva de Macpela. Se debe seguir este patrón en todo país donde hay cementerios. La cremación del cuerpo no es apropiada para el hijo de Dios; es una costumbre copiada del paganismo. A lo largo de las Escrituras leemos de la sepultura de los muertos. La ordenanza del bautismo se perfila como sepultándose con Cristo.
El entierro del padre fue ocasión de colaboración entre sus dos hijos que eran tan diferentes el uno del otro. "Lo sepultaron Isaac e Ismael en la cueva". Ismael era hijo de esclava,  Isaac hijo de la promesa; Ismael altivo e independiente, Isaac calmado y sumiso. Estas diferencias desaparecen en el momento de luto; los dos se unen para atender a su padre.
"Allí fue sepultado Abraham, y Sara su mujer", 25.18. Con estas palabras el Espíritu Santo cierra el registro del amigo de Dios.
Concluido.

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