1
de julio de 2016
Estas palabras no tienen nada
que ver con la salvación, mucho menos con la noción anti-evangélica del riesgo
de perder la salvación. Primero, nótese: “Yo conozco tus obras”. Si la
salvación no se obtiene por obras (Ef 2.8-9), tampoco se pierde por obras. La
salvación es regalada en esta vida, no se recibe después como recompensa.
Se han presentado varias
interpretaciones de “frío o caliente”:
(1) un inconverso vs. un
salvo;
(2) un creyente enfriado vs.
un creyente ferviente; o
(3) la condición espiritual de
“refrescante” y la condición espiritual de calidad “remediable”.
Este último, para este
escritor, es el que más encaja con el contexto.
También, hay varias ideas
acerca de “te vomitaré de mi boca”:
(1) mandar al infierno;
(2) rechazar con asco; o
(3) disciplina divina de
debilidad, enfermedad, o muerte.
Este último parece ser el
significado más probable.
Laodicea era una ciudad
próspera situada en la encrucijada de rutas principales, en el valle del río
Licio, junto con dos ciudades cercanas, Hierápolis y Colosas.
Contaba con el agua de los
manantiales calientes de Hierápolis, y las aguas heladas de las montañas de
Colosas. Las aguas manantiales aportaban beneficios para bañarse, o para la
salud, y las aguas heladas eran refrescantes. Pero las aguas calientes estaban
tibias al llegar, por un acueducto, a Laodicea, y por el calcio y azufre eran
muy nauseabundas.
Aplicando la metáfora, ser
frío es refrescar espiritualmente como asamblea y ser caliente es remediar como
asamblea a otros, sean salvos o inconversos. Pero, ser tibio no complace a Dios
ni ayuda a nadie.
De paso, la prosperidad es a
menudo un impedimento espiritual. Es así a pesar de aquellos que la prometen
para que sus seguidores pongan más dinero en la ofrenda. En Laodicea era así.
Lamentablemente, vemos que en el mensaje dado a la iglesia en Laodicea se
prevén las condiciones entre creyentes un poco antes de la venida de Cristo.
En el contexto vemos que es un
mensaje para la iglesia de Laodicea. Las palabras “tú”, “tus”, “te”, “eres”,
“fueses”, etc., se dirigen a la iglesia. La sección termina con “…lo que el
Espíritu dice a las iglesias”. La iglesia sería vomitada, no el individuo. No
es “des-salvar”, sino disciplinar a la iglesia. El fin de tal disciplina es el
arrepentimiento y regreso a una vida fructífera – sí, como individuo, pero
principalmente como asamblea.
Al final, Cristo
clama al individuo: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi
voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. No es
contextual usar este versículo en el Evangelio, aunque sin duda hay uno que
otro que ha sido salvo pensando en él.
No es un llamado al inconverso
a que “reciba a Cristo en su corazón” (una expresión nunca usada en el Nuevo
Testamento para la salvación), sino un llamado a la persona ya salva a que
vuelva a una comunión íntima con Cristo en su vida diaria.
Pero piense con claridad. Si
usted no es salvo, no es cuestión de actuar más como creyente ferviente, con
devoción a Cristo, y un compromiso firme. La salvación no se obtiene por comprometerse
ni entregarse a Cristo, sino por confiar en Aquel que se entregó por uno en la
cruz.
No hay entrega que se pueda
comparar con la de Cristo. Pablo gozaba de esta preciosa verdad cuando dijo:
“El Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá 2.20).
Por Tomás Kember,
Obregó
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