Una
meditación ...
"Más los sacerdotes eran pocos" (2 Crónicas 29:34).
En la primera mitad del Siglo XIX (1800) varios grupos
de hermanos en diferentes partes del mundo, sin saber que ocurría
simultáneamente, sintieron mucho descontento con las grandes
"Iglesias" que, habiendo empezado con mucho ímpetu en los tiempos de
la Reforma, habían caído en los mismos errores que habían caracterizado a la
Iglesia Romana. Un estudio más cuidadoso de la Biblia, hizo que estos creyentes
redescubrieran verdades que hoy son parte de la gran herencia que gozamos en
asambleas congregadas, de manera sencilla, al Nombre del Señor Jesucristo. Una
de estas verdades rescatadas fue la del sacerdocio
de todo creyente. Desde el momento de la
conversión, todo creyente, sea hombre o mujer, es constituido sacerdote (1
Pedro 2:4 y 9).
El nuevo creyente debe ejercitarse en el hábito privado,
personal y devocional de ofrecer continuamente un "sacrificio de
alabanza" a Dios (Hebreos 13:15). No hay que esperar hasta ser bautizado,
no es cuestión de estar en la comunión de una asamblea para ejercer este
sacerdocio. Si eres salvo desarrolla tu sacerdocio. Atesora y aprovecha al
máximo esta gran verdad.
Sin embargo, el sacerdocio público en una asamblea es un
privilegio, por designio divino, de los
varones en la comunión. Quiero
exhortarnos a:
1.
La necesidad que hay de varones - El
pasaje mencionado arriba se refiere al reinado de Ezequías. Eran días de
avivamiento pero faltaban hombres que, funcionando como Dios mandaba, ayudaran
con la importante tarea de ofrecer sacrificios y ofrendas en representación del
pueblo. Hoy también, nuestras asambleas sufren cuando no hay suficientes
varones en la comunión, o porque los que hay brillan por su ausencia. "No
dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre" (Hebreos
10:25). A veces se oyen excusas, pero la triste realidad, en la mayoría de los
casos, es que la ausencia se ha convertido en costumbre. Dios necesita hombres
que se comprometan seriamente a estar presentes en las reuniones aunque
"¡llueve, truene, o relampaguee!" El hombre, como cabeza del hogar, debe
asegurar qué su familia estará presente en todas las reuniones. Elcana, en 1
Samuel 1, a pesar de sus errores, mostró iniciativa en que toda su familia
llegara al templo con algo para ofrecer al Señor.
2.
La responsabilidad que hay para los varones - El sumo sacerdote en Israel sentía el peso de su responsabilidad:
"porque todo sumo sacerdote está constituido para presentar ofrendas y
sacrificios; por lo cual es necesario que éste también tenga algo que
ofrecer" (Hebreos 8:3). Varones en el día de hoy también deben asumir el
compromiso con Dios de asistir y de ofrecer algo: sea himno, oración, adoración
o lectura. Si es aceptable a Dios será de bendición al pueblo. Pero,
lastimosamente, hay sacerdotes que, por apatía, no funcionan como Dios manda.
No se preparan para la reunión, llegan tarde, se distraen con algo, o se
duermen, o no toman parte en señal de alguna protesta. Estas actitudes apagan
al Espíritu en la reunión. (1 Tes. 5:19). Leí, hace varios años ya, de un culto
de oración en el cual la pausa entre las oraciones públicas llegó a 25 minutos.
Se interrumpió aquel silencio sepulcral solo porque la más ancianita de la
asamblea se atrevió a hablar y, con voz temblorosa y triste, exclamó: "¡O
Dios, ayuda a los hermanos para que oren!, ¿están muertos ya, o se estarán
muriendo?".
3.
La oportunidad que hay para los varones - Regresando
al pasaje en 2 Crónicas 30, dice el versículo 35 que hubo abundancia de
holocaustos. ¡Qué impresionante sería, especialmente en asambleas con más de
una docena de varones en comunión, que todos los varones tomaran parte pública
en una reunión la Cena del Señor, o culto de oración, por ejemplo. Sufrimos
cuando hermanos acaparan el tiempo disponible para ejercer el sacerdocio público en la asamblea. Sin
establecer reglas, e imponer prohibiciones, en el curso normal de una reunión
debería ser inusual que un hermano tenga que tomar parte pública más de una
vez. Hay hermanos cuyo problema, al parecer, es que tienen un hormiguero en sus
asientos y no tienen el dominio propio para dar oportunidad a otros. Hay que
pensar en los hermanos que son nuevos en la comunión, o son jóvenes y apenas
empiezan a tomar parte pública. También hay los Timoteos que, por espíritu
temeroso o de cobardía, "le piensan mucho" para pararse a pedir un himno,
orar o adorar. Sufrimos también cuando hay intervenciones
interminables de hermanos que se parecen a un
avión sin tren de aterrizaje. Oraciones o adoraciones de 10, 17, o 20 minutos
son, usualmente, un abuso. Me pregunto: si todos los que toman parte necesitaran
cinco minutos, ¿cuánto tiempo duraría la reunión? En consideración a otros,
ajuste su intervención. Sigue vigente esta gran verdad que nos enseñaron
hombres espirituales: mientras más largo es la oración en casa, más corta será
la oración en la asamblea. El incienso ofrecido en el tabernáculo, figura de la
oración, tenía que ser molido fino.
Así también la participación en la asamblea: algo bien preparado,
bien mezclado y puro. Dios nos ayude a no caer en un ritual o ejercicio
mecánico: siempre los mismos himnos, hermanos orando en el mismo orden y
diciendo lo mismo. Siempre el mismo a la mesa, al estilo del monaguillo romano,
sirviendo el pan, la copa o la ofrenda. Dios nos dé hombres que le den lo que
Él merece, administrando con abundancia y con alegría (Deuteronomio 16:11),
varones ejerciendo su sacerdocio con diligencia, como lo hacía Zacarías
(Lucas1:8).
Tomado del Mensajero Mexicano
Abril 2006
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