lunes, 30 de septiembre de 2019

¿Te sientes casi…? Está bien con mi alma


¿Te sientes casi…? Está bien con mi alma …
8 de marzo de 2012
En los 1870 el Sr. Bliss escuchó a un hermano decir al final de su predicación del evangelio: «estar persuadido, es ser casi salvo; ser casi salvo será estar eternamente perdido».
Pensando en esas palabras conmovedoras Bliss escribió:
¿Te sientes casi resuelto ya? ¿Te falta poco para creer?
Pues, ¿por qué dices a Jesucristo: «Hoy no.  Mañana te seguiré?»
¿Te sientes casi resuelto ya? 
Pues vence el casi, con Cristo ven,
porque hoy es tiempo,
pero mañana sobrado tarde pudiera ser.

Sabes que el casi no es de valor 
en la presencia del justo Juez.
¡Ay del que muere casi creyendo! 
¡Completamente perdido es!

En un horrible accidente ferroviario, P. P Bliss salió ileso pero murió calcinado tratando de rescatar a su esposa Lucy. Un mes antes de morir, a los 38 años de edad, compuso la música para otro himno muy conocido: «Está bien con mi alma, está bien».
¿Qué de ti? Cantas «¿Casi resuelto?» o «Está bien con mi alma, está bien»


Semblanza de HCM 2


Sus obras cumbres
En cuanto a su ministerio, no hay registro de su ministerio oral, pero, sin duda, son sus Notas sobre el Pentateuco la obra que marcó más profundamente su servicio. Todavía gozan de gran popularidad no sólo en sus varias ediciones en inglés, sino en muchos otros idiomas a los cuales han sido traducidas y siguen traduciéndose. Se ha dicho que si bien J. N. Darby fue el autor más prolífico de los «hermanos», las obras de C. H. M. son las que mayor número de veces han salido de la imprenta.

Sus escritos han sido de gran influencia en el mundo entero. Miles de cartas de agradecimiento llegaban de todo el mundo por tanta ayuda recibida en la comprensión de las Escrituras a través de su ministerio escrito, y especialmente en la comprensión de los tipos de los cinco libros de Moisés. Del mundo evangélico, Dwight L. Moody y C. H. Spurgeon reconocieron muy especialmente la ayuda recibida por los libros de Mackintosh, los que siempre recomendaban muy encarecidamente.
De sus notas al Pentateuco, Spurgeon dijo que eran «preciosas y edificantes, grandemente sugestivas, aunque con las peculiaridades de su grupo».
Las «Notas sobre el Pentateuco» en inglés, aparecieron publicadas en seis volúmenes, comenzando con el Génesis, de 334 páginas, y concluyendo con dos volúmenes sobre el Deuteronomio de más de 800 páginas. El prefacio a cada volumen de las «Notas» fue escrito por su amigo y colaborador Andrew Miller, de quien se dice que fue el que le animó a escribir sus «Notas» y quien financió en su mayor parte su publicación. Miller dijo respecto de estas «Notas», que «presentan de una forma sorprendentemente completa, clara y frecuente la absoluta ruina del hombre en pecado y el perfecto remedio de Dios en Cristo». Efectivamente, Mackintosh escribía en un estilo notablemente claro, muy distinto de J. N. Darby, el cual le dijo en cierta oportunidad: «Usted escribe para ser entendido, yo solamente pienso sobre el papel».

Otra serie muy conocida de C. H. Mackintosh, y que fue también numerosas veces reeditada, son los Miscellaneous Writings (Escritos misceláneos), cuya primera edición apareció en 1898 en seis volúmenes que sobrepasan las 2500 páginas, los cuales consisten en una selección de artículos que escribió para el periódico «Things New and Old» (hoy en día se publican en un solo volumen de 908 páginas de doble columna). Desde entonces, la demanda por esta colección de escritos no ha cesado y han sido reimpresos una y otra vez hasta hoy.
En los «Miscellaneous Writings» encontramos unos excelentes comentarios de Mackintosh sobre la evangelización. En el volumen cuatro leemos de su artículo «La gran comisión», sobre Lucas 24:44-49, lo siguiente:
«Nuestro divino Maestro llama a los pecadores a arrepentirse y creer al Evangelio. Algunos nos quieren hacer creer que es un error llamar a personas «muertas en delitos y pecados» a hacer algo. ‘¿Cómo’ –arguyen– ‘pueden aquellos que están muertos, arrepentirse? Ellos son incapaces de cualquier movimiento espiritual: deben recibir primero el poder, antes de arrepentirse y creer.’
«¿Qué contestamos a esto?: Simplemente que nuestro Señor sabe más que todos los teólogos del mundo qué es lo que debe ser predicado. Él sabe todo acerca de la condición del hombre: su culpa, su miseria, su muerte espiritual, su falta total de esperanza, su total incapacidad de producir siquiera un solo pensamiento recto, de pronunciar una sola palabra justa, de hacer siquiera un acto de justicia.

Sin embargo, Él llama a los hombres a arrepentirse. Y esto nos basta. No debemos ocuparnos en tratar de reconciliar aparentes discrepancias. Puede parecernos difícil reconciliar la completa incapacidad del hombre con su responsabilidad delante de Dios; pero Dios es su propio intérprete, y él hará que estas cosas resulten claras. Nuestro feliz privilegio, y nuestro deber irrenunciable, es creer lo que él dice, y hacer lo que él dispone.
He aquí la verdadera sabiduría, la que da como resultado una sólida paz… Nuestro Señor predicó el arrepentimiento, y él mandó a sus apóstoles a predicarlo; y ellos lo hicieron de manera perseverante».

En la paz de Dios
Los últimos cuatro años de su vida residió en Cheltenham. Cuando, debido a la debilidad de su cuerpo ya no tenía más capacidad para ministrar en público, Mackintosh continuó escribiendo.
El 3 de abril de 1896, apenas siete meses antes de que el Señor se lo llevara, escribió desde Cheltenham: «Aunque ya no tengo más fuerzas para mantenerme erguido frente a mi escritorio, siento que debo enviarle unas afectuosas líneas para notificarle sobre la recepción de su amable carta del día 21 de este mes. Estoy inválido desde hace un año, confinado a estas dos habitaciones. Sigo pobre y bajo los cuidados del médico, padeciendo bronquitis, fatiga, asfixia y gran debilidad en todo mi cuerpo.

Pero todo es divinamente justo. El Señor de toda gracia ha estado conmigo y me ha permitido comprender, de una manera muy notoria, la preciosidad y el poder de todo lo que he estado hablando y escribiendo por alrededor de 53 años. ¡Bendito sea su Nombre! Sé que sabrá disculpar este tan pobre fragmento, pues ya no tengo la capacidad de escribir demasiado…»

Su primer tratado, escrito en 1843, había versado sobre «la paz con Dios». Su último artículo, escrito en 1896, pocos meses antes de su partida a la presencia del Señor, se tituló: «La paz de Dios». ¡Qué hermoso significado de madurez espiritual! Hace recordar al apóstol Juan escribiendo primero su evangelio sobre «el amor de Dios», y al final sus epístolas sobre «el Dios de amor». El docto escriba de los Hermanos –pero más que eso, de la Iglesia– estaba preparado para partir.
Durmió en paz en el Señor el 2 de noviembre de 1896. Cuatro días después, una gran compañía de hermanos de muchos lugares se reunió para su entierro en el cementerio de Cheltenham. Fue sepultado al lado de su amada esposa, en la llamada ‘parcela de los Hermanos de Plymouth’, donde yacen los restos de muchos hermanos de ambas corrientes, exclusiva y abierta.

El Dr. Walter T. P. Wolston, de Edimburgo, habló durante el entierro, acerca de Abraham, Génesis 25:8-10, y de Hebreos 8:10. Luego, al dispersarse, los hermanos cantaron el bello himno de Darby:

Luminosos y benditos lugares,
donde el pecado ya no tiene entrada;
que ven un espíritu anhelante
quitado de la tierra,
donde nosotros aún peregrinamos.


¿Frío o caliente? Apocalipsis 3:15-16


1 de julio de 2016
Estas palabras no tienen nada que ver con la salvación, mucho menos con la noción anti-evangélica del riesgo de perder la salvación. Primero, nótese: “Yo conozco tus obras”. Si la salvación no se obtiene por obras (Ef 2.8-9), tampoco se pierde por obras. La salvación es regalada en esta vida, no se recibe después como recompensa.

Se han presentado varias interpretaciones de “frío o caliente”:
(1) un inconverso vs. un salvo;
(2) un creyente enfriado vs. un creyente ferviente; o
(3) la condición espiritual de “refrescante” y la condición espiritual de calidad “remediable”.
Este último, para este escritor, es el que más encaja con el contexto.

También, hay varias ideas acerca de “te vomitaré de mi boca”:
(1) mandar al infierno;
(2) rechazar con asco; o
(3) disciplina divina de debilidad, enfermedad, o muerte.
Este último parece ser el significado más probable.

Laodicea era una ciudad próspera situada en la encrucijada de rutas principales, en el valle del río Licio, junto con dos ciudades cercanas, Hierápolis y Colosas.
Contaba con el agua de los manantiales calientes de Hierápolis, y las aguas heladas de las montañas de Colosas. Las aguas manantiales aportaban beneficios para bañarse, o para la salud, y las aguas heladas eran refrescantes. Pero las aguas calientes estaban tibias al llegar, por un acueducto, a Laodicea, y por el calcio y azufre eran muy nauseabundas.

Aplicando la metáfora, ser frío es refrescar espiritualmente como asamblea y ser caliente es remediar como asamblea a otros, sean salvos o inconversos. Pero, ser tibio no complace a Dios ni ayuda a nadie.

De paso, la prosperidad es a menudo un impedimento espiritual. Es así a pesar de aquellos que la prometen para que sus seguidores pongan más dinero en la ofrenda. En Laodicea era así. Lamentablemente, vemos que en el mensaje dado a la iglesia en Laodicea se prevén las condiciones entre creyentes un poco antes de la venida de Cristo.

En el contexto vemos que es un mensaje para la iglesia de Laodicea. Las palabras “tú”, “tus”, “te”, “eres”, “fueses”, etc., se dirigen a la iglesia. La sección termina con “…lo que el Espíritu dice a las iglesias”. La iglesia sería vomitada, no el individuo. No es “des-salvar”, sino disciplinar a la iglesia. El fin de tal disciplina es el arrepentimiento y regreso a una vida fructífera – sí, como individuo, pero principalmente como asamblea.

Al  final, Cristo clama al individuo: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. No es contextual usar este versículo en el Evangelio, aunque sin duda hay uno que otro que ha sido salvo pensando en él.

No es un llamado al inconverso a que “reciba a Cristo en su corazón” (una expresión nunca usada en el Nuevo Testamento para la salvación), sino un llamado a la persona ya salva a que vuelva a una comunión íntima con Cristo en su vida diaria.

Pero piense con claridad. Si usted no es salvo, no es cuestión de actuar más como creyente ferviente, con devoción a Cristo, y un compromiso firme. La salvación no se obtiene por comprometerse ni entregarse a Cristo, sino por confiar en Aquel que se entregó por uno en la cruz.

No hay entrega que se pueda comparar con la de Cristo. Pablo gozaba de esta preciosa verdad cuando dijo: “El Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá 2.20).

Por Tomás Kember, Obregó


Cuatro Cenas de Gran Relevancia en las Escrituras


Cuatro Cenas de Gran Relevancia en las Escrituras
6 de febrero de 2012
Cuatro Cenas de Gran Relevancia en las Escrituras (tres de bendición, una de juicio):
1.    La gran cena del evangelio – Lucas 14.16. Si no eres salvo ¡Ojalá participaras de esta cena hoy, creyendo en Cristo como Salvador!
2.   La cena del Señor – 1 Corintios 11.20. Es una cena *sublime*.
Lucas la llama el «partimiento del pan», Hechos 2.46; 20.7, porque a la vez es una cena *sencilla* (Sin la pompa y ornato de ceremonias religiosas).
3.   La cena de las Bodas del Cordero – Apocalipsis 19.9. Primero, será «Las Bodas del Cordero», la ceremonia (19.7), que será un evento celestial, en el cual Cristo se unirá a la Esposa, la Iglesia Universal. Después, La cena de la Bodas, la recepción después de la ceremonia, es un evento terrenal que durará mil años. Los invitados serán los creyentes del AT, de la Tribulación, y del Milenio. (Creyentes que nunca fueron ni serán parte de la Esposa).
4.   La cena del gran Dios – Apocalipsis 19:17. (Vulgata: cenam magnam Dei -la cena del magno Dios-). Esta escena solemne de juicio divino describe la muerte de todos los soldados de todos los ejércitos del mundo que se habían congregado en el Valle de Armagedón en contra Cristo.

Desde Zacatecas, México.


Creer y confiar


31 de diciembre de 2017
CREER y CONFIAR, Hechos 16:31, por Tomás Kember

Supongamos que usted nunca ha visto un elevador. Un amigo se lo muestra y le explica cómo funciona, detallando sus sistemas
eléctricos, la fuerza de sus cables, cuánto peso puede cargar, etc. Finalmente, usted entra y las puertas se cierran. No sólo ha creído sino que ha confiado.
Primero fueron necesarios la información y el convencimiento antes de confiar. Lo mismo sucede con la salvación. La Biblia no sólo invita a creer “en el Señor Jesucristo y serás salvo” (Hch 16.31), sino que también da razones grandes para hacerlo. Considere por qué debe creer en Cristo.
Su promesa – inmensa
Cristo le está ofreciendo el mejor regalo posible: la eternidad con él en el cielo. Tal gozo ya se puede disfrutar en
esta vida porque la vida eterna no es un lugar sino una relación entre Cristo y la persona. A fuerzas tiene que ser gratis, porque si tuviera que ganarse por buenas obras o por dinero, no sería posible.

Su persona – incuestionable
Si alguien le promete algo pero ya sabe que es mentiroso, ¿tendrá mucha confianza en su promesa? El carácter respalda, o pone en tela de juicio, las palabras. Cristo tiene un carácter incuestionable. “Dios no es hombre, para que mienta, ni el hijo del hombre
para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no lo hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?”, Números 23.19. Más adelante no va a revertir su promesa. En él “no hay mudanza, ni sombra de variación”, Santiago 1.17.

Su poder – ilimitado
No hay límite en el poder de Cristo porque él es omnipotente (todopoderoso). Lo que él dice, lo puede cumplir. Abraham estaba
“plenamente convencido de que [Dios] era también poderoso para hacer todo lo que había prometido”, Romanos 4.21.
¿Por qué puede usted creer en el Señor Jesucristo? Porque él es más que suficientemente poderoso para cumplir su promesa.

Su porqué – insondable
Cristo le ama con un amor insondable. No tiene ningún motivo oculto. Su amor es puro, no egoísta. No quiere
aprovecharse de usted. “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir” (Jn 10.10), pero Cristo no es un ladrón. Él es “el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas”, Juan 10.11. Es posible dar sin amar, pero imposible amar sin dar. “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”, Juan 15.13. “Dios muestra su amor para con nosotros en que siendo aun pecadores, Cristo murió por nosotros”, Romanos 5.8.

Su padecimiento – indicador
Lo que más estimula a una confianza personal en Cristo es la cruz. Si Dios “no escatimó ni a su propio hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Ro 8.32), es obvio que en verdad quiere salvarle a usted. No queda ninguna duda.

¿Por qué hay dudas y temor, si Dios, mi Padre, en su amor
a su Hijo entregó?
No puede el justo Juez a mí la culpa imputar,
que así en Cristo Él cargó.
Con razón dice la Escritura: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”, Hechos 16.3


jueves, 26 de septiembre de 2019

Una semblanza de Charles Henry Mackintosh (C. H. M.)



 Una semblanza de Charles Henry Mackintosh (C. H. M.) – el conocido maestro de las Sagradas Escrituras.

Un escriba docto en el reino de los cielos
Sobre Charles Henry Mackintosh –conocido mundialmente por sus iniciales C. H. M.– no se conoce mucho. De hecho, no lo suficiente como para redactar una biografía. Pero ¿por qué intentaremos reunir algunos de los escasos datos acerca de su vida? Por una razón muy simple: él fue uno de los más grandes maestros de la Palabra en la historia de la Iglesia.
Aunque su vida estuvo rodeada por todo un enrarecido ambiente de grandes controversias y pasiones por asuntos de doctrina, se puede percibir en ella una genuina pasión por Cristo, y un inclaudicable amor por la Palabra escrita. Sus escritos rezuman tanta luz y claridad que han servido para alumbrar muchos corazones en las generaciones que han sucedido.

 Nacimiento y primeras experiencias
Charles Henry Mackintosh nació en octubre de 1820, en Glenmalure Barracks, condado de Wicklow, Irlanda. Su padre fue capitán del regimiento de Highlanders, y su madre fue hija de Lady Weldon, cuya familia se había establecido en Irlanda desde hacía mucho tiempo.

Cuando tenía 18 años, el joven Mackintosh fue despertado espiritualmente a través de la lectura de cartas que le escribía su devota hermana después de su conversión. Obtuvo la paz con Dios a través de la cuidadosa lectura del artículo de J. N. Darby Las operaciones del Espíritu, aprendiendo de él que «lo que nos da la paz con Dios es la obra de Cristo por nosotros, y no la obra de Cristo en nosotros».

A los 19 años de edad dejó la iglesia Anglicana para unirse a los Hermanos, en Dublín, donde J. G. Bellet ministraba con gran acierto. Por este tiempo, leía mucho la Palabra y se dedicó con fervor a varios estudios. Cuando tenía 24 años, abrió una escuela privada en Westport, y se entregó con entusiasmo a su labor docente. Sin embargo, pese a su profesión, siempre consideró a Cristo como el centro de su vida, y el servicio para Cristo constituía su principal preocupación.
 Nace un periódico cristiano
Por el año 1853, tras 9 años de labor docente, renunció a su tarea docente por temor a que ella suplantara su servicio para Cristo como interés principal, al cual entonces, con el sostén del Señor, consagró su vida y se dedicó por entero al ministerio de la Palabra, tanto escrito como público.

Poco tiempo después de ingresar al ministerio, se sintió guiado a iniciar un periódico de edificación cristiana, del que continuó siendo redactor y editor por 21 años: Things New and Old (Cosas Nuevas y Viejas, en referencia a Mateo 13:52), en el que aparecieron publicados la mayoría de sus escritos. Con su acostumbrada claridad y energía, declaró en parte de su presentación: «Somos responsables de hacer que la luz alumbre por todos los medios posibles; de hacer circular la verdad de Dios por todos los medios, ya a través de las palabras de la boca, ya por medio de papel y tinta; ya en público, ya en privado, «a la mañana y a la tarde»; «a tiempo y fuera de tiempo»; debemos «sembrar junto a todas las aguas».
En una palabra, ya sea que consideremos la importancia de la verdad divina, el valor de las almas inmortales o el terrible progreso del error y del mal, somos imperativamente llamados a estar de pie y a actuar, en el nombre del Señor, bajo la guía de su Palabra y por la gracia de su Espíritu».
Aunque era un hombre de carácter, siempre vivía en una atmósfera de profunda devoción, manifestando un ferviente amor no sólo por los hermanos, sino también por las almas perdidas. Un espíritu afable y cortés le caracterizaba, lo que hacía que evitara los conflictos y controversias, en tanto le fuera posible.

Sin embargo, no siempre se vio libre de ellos. En una carta a J. A. Trench, expresa de la siguiente manera la absurda lógica de las disputas doctrinales: «El alboroto que se ha hecho sobre la doctrina es para mí muy humillante. La verdad, que ha sido corriente entre nosotros durante cincuenta años, se ha transformado hoy en una materia de disputa. Me recuerda a dos hombres que discuten sobre la forma de un globo –uno está dentro, y el otro fuera. El primero sostiene que es cóncavo, y el otro resueltamente afirma que es convexo: ellos no ven que, para sacar una conclusión legítima, deben cesar sus disputas, y considerar ambos lados».


Esteban y Saulo.


Esteban y Saulo. Hechos 7:54 — 8:1
El capítulo 7 de los Hechos nos ilustra de manera conmovedora la muerte del primer mártir de la historia de la Iglesia en la tierra. Esteban, hombre lleno del Espíritu Santo, daba allí un testimonio poderoso de la persona de su Señor. Este testimonio era al mismo tiempo un último llamamiento a la nación judía que había rechazado a su Mesías y lo había clavado en una cruz. En su predicación del capítulo 3, Pedro les había dicho: “Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado” (v. 19-20). En el capítulo 7, Esteban se dirigió una vez más a los jefes religiosos de ese pueblo. Pero en su ciega cólera y en su odio contra Cristo, rechazaron aun este último testimonio y apedrearon al testigo del Señor Jesús.
Este apedreamiento marcó un giro en los caminos de Dios para con la tierra. El pueblo terrenal de Dios fue puesto de lado definitivamente. En su lugar, Dios iba a tomar de los gentiles un “pueblo para su nombre” (15:14); un pueblo que llevara un carácter celestial, un pueblo unido a un Cristo glorificado en el cielo.
En ese momento, la Iglesia de Dios ya existía. Cuando vivía en la tierra, el Señor había hablado de ella como de algo futuro; había anunciado que él la edificaría (Mateo 16:18). Había subido al cielo y el Espíritu Santo había venido a la tierra (Hechos 1 y 2). Este último acontecimiento marcó la hora del comienzo de la Iglesia. En efecto, cuando el Espíritu Santo vino a la tierra, los creyentes fueron “bautizados en un cuerpo… por un solo Espíritu…” (1 Corintios 12:13). Por lo tanto, en el momento del testimonio de Esteban, la Iglesia ya existía, pero su carácter celestial aún no era conocido. El rechazo del testimonio de Esteban y la conversión de Saulo, ocurrida poco después, ponen en evidencia esta verdad.
Rasgos característicos de la época cristiana
Los últimos versículos del capítulo 7 de los Hechos y el principio del capítulo siguiente, ponen ante nuestros ojos, de manera particularmente clara, algunos de estos rasgos.
1) Israel como nación ha sido puesta de lado
Los judíos no han rechazado solamente al Cristo que Dios les había enviado, sino que han rechazado también a aquellos que testificaban de él. Por esto colmaron la medida de su culpabilidad. Dios debió alejarse por un tiempo de ese pueblo. Sólo después del término de la época cristiana, es decir, después del tiempo actual de la gracia, Dios se ocupará de nuevo de su pueblo terrenal y lo introducirá finalmente en la bendición del reino prometido.
2) El mundo va a rechazar, condenar y perseguir a aquellos que dan testimonio de Cristo
Los hombres de entonces no tuvieron reposo hasta ver a Esteban muerto. En ese momento comenzó un terrible período de persecución contra la Iglesia (8:1). En el transcurso de los siglos, innumerables cristianos han dejado su vida como mártires. Con respecto a este tema, Pablo escribió a Timoteo: “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12). Este principio es válido todavía hoy, pues el mundo no ha cambiado; es enemigo de Cristo y de los que le siguen. Desde luego, en muchos países el carácter de la persecución se ha modificado; pero, por otro lado, podemos preguntarnos: ¿vivimos piadosamente?
3) El cielo está abierto
Podemos elevar los ojos al cielo y ver allí tanto la gloria de Dios como al Hombre Cristo Jesús glorificado a la diestra de Dios (7:55-56). No ha existido nunca algo semejante en las precedentes épocas. Los cristianos conocen a un Hombre glorificado en el cielo; pueden dirigir sus ojos hacia lo alto; pueden ver la gloria del Señor a cara descubierta. Esta mirada hacia lo alto es determinante para el mantenimiento de su carácter celestial. Pablo exhortó a los colosenses: “Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Colosenses 3:1). Los cristianos son hombres cuyo objetivo e intereses no se encuentran en la tierra sino que están orientados hacia el cielo.
4) El Hombre glorificado en el cielo está listo para recibir directamente en el cielo a su siervo atribulado
Esteban pidió al Señor: “Recibe mi espíritu”. Y en el mismo instante en que durmió (o murió), estuvo junto a su Señor. Esto constituye también una parte de nuestra esperanza. Nuestras esperanzas no están dirigidas hacia la tierra sino hacia el cielo. Si hemos de dormir —en caso de que el Señor no haya vuelto aún hasta ese momento— entonces estaremos inmediatamente junto a él, “lo cual es muchísimo mejor” (Filipenses 1:23).
5) El Espíritu Santo, persona divina, mora en la tierra
El Espíritu Santo mora en cada creyente y obra en aquellos que se dejan llenar por él (véase v. 55). Esto tampoco había existido nunca en las épocas precedentes, y no existirá más bajo esta forma en las siguientes. Únicamente la época cristiana está caracterizada por el hecho de que un Hombre glorificado está en el cielo y que, simultáneamente, Dios el Espíritu Santo está en la tierra. El Espíritu Santo, que estaba en esta tierra en los días de Esteban, está todavía hoy de la misma manera. Es el poder que actúa en nosotros para nuestro testimonio. Si hoy ese testimonio es tan débil, no es a causa del Espíritu Santo, sino únicamente a causa de nosotros mismos. No le damos el espacio necesario en nuestras vidas.
6) El Espíritu Santo no sólo da la fuerza para testificar, sino que dirige también la mirada del creyente hacia lo alto
Es lo que vemos en Esteban. En él se cumplieron las palabras que Pablo —presente en esta escena— escribió años más tarde a los corintios: “Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18). Esteban fue hecho capaz de orar por sus enemigos, como lo hizo su Maestro. Rodeado por sus homicidas, llenos de ira y de rabia, que lanzaban piedras contra él para matarlo, clamó a gran voz: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”. Quedamos confundidos cuando pensamos qué poco visible es el Señor en nuestras vidas.
La relación de los redimidos con su Señor en el cielo
Podemos notar la estrecha relación del siervo del Señor en esta tierra y su Maestro en el cielo. Los discípulos en Hechos 1 tenían los ojos puestos en el cielo cuando los ángeles les preguntaron: “Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (v. 11). Pero para Esteban era diferente. Tenía los ojos puestos en el cielo y veía allí a su Señor. Para sostener a su testigo, el Señor abría ante él el cielo, donde iba a tomarle pronto junto a sí.
Es también allí adonde deben dirigirse nuestras miradas. Nuestra esperanza es estar un día allí donde se encuentra el Señor ahora. La esperanza cristiana es celestial y no terrenal. Y si es verdad que el Señor va a establecer un día su reino sobre esta tierra y que nosotros reinaremos con él, no olvidemos que nuestra parte en ese reino es celestial.
El apedreamiento de Esteban —ese terrible acontecimiento— nos enseña un hecho de capital importancia: estamos ligados a un Señor celestial. Un joven llamado Saulo fue testigo de esta escena. El escritor precisa: “Y Saulo consentía en su muerte”. Pero Dios tenía sus planes para con ese hombre, quien era el instrumento elegido para presentar de manera particular la verdad de la unidad de Cristo con su Iglesia, y la posición celestial de ésta.
La historia de la conversión de Saulo se halla relatada en Hechos 9. En el camino a Damasco, una viva luz resplandeció alrededor de él y lo hizo caer a tierra. Y del cielo se hizo escuchar la pregunta que lo sondeaba profundamente: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Supo inmediatamente que era el Señor quien le hablaba. Pero notemos que la voz no preguntaba «Saulo, Saulo, ¿por qué persigues a los que me pertenecen?», ni tampoco: «¿Por qué nos persigues?» Las dos hubieran sido correctas, pero no hubiera sido toda la verdad. Es claro que Saulo había perseguido a los que pertenecen al Señor, pero no era simplemente un grupo de creyentes en esta tierra, o un grupo de ciudadanos del cielo sobre la tierra. No, Saulo perseguía al Señor mismo. Comprendemos aquí cuán estrecha e indisolublemente estamos ligados con Cristo. El que persigue a uno de los suyos lo persigue a él mismo, aunque él esté en el cielo y nosotros todavía en la tierra. Este hecho pone en evidencia nuestra posición celestial. No sólo somos hombres orientados hacia el cielo, sino que pertenecemos ya, en cuanto a nuestra posición, al lugar donde nuestro Señor se encuentra.
Saulo fue llamado Pablo, y muchos años más tarde, fue justamente él quien enseñó por sus escritos la gloriosa verdad de Cristo y de la Iglesia. A él le fue dado enseñar la maravillosa unidad del cuerpo de Cristo. Cristo es la cabeza glorificada en el cielo y nosotros somos sus miembros sobre la tierra. Esta unidad con Cristo tiene un significado mucho más profundo que la unidad práctica de los primeros cristianos, por magnífica y ejemplar que haya sido, cuando “la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma” (Hechos 4:32). “Un cuerpo”, nos dice Efesios 4:4. Por toda la eternidad, estamos ligados inseparablemente a Cristo.
En resumen, vemos que la muerte de Esteban pone claramente en evidencia el carácter de este mundo, como también el lazo que nos une a nuestro Señor en el cielo. La conversión de Saulo nos lleva un poco más lejos: revela la posición celestial que ya poseemos en Cristo, el hecho de que somos uno con él, el Hombre glorificado a la diestra de Dios.
Tomado de la revista Creed.  Año: 2010


El Pozo más Profundo del Planeta


El Pozo más Profundo del Planeta
El 6 de abril de 1994, Sheck Exley, el mejor buceador mundial de cuevas (impuso dos marcas de profundidad: 238 metros en 1988 y 265 metros en 1989) se sumergió en las aguas del Cenote Zacatón, junto con su compañero Jim Bowden, para intentar romper por vez primera la marca de los 1,000 pies (305 metros) de profundidad.

Cenote es una palabra de origen Maya (tz’onot) que significa pozo, o abismo, y es el nombre que se le da a depósitos profundos de agua manantial que se encuentran especialmente en Yucatán y Tamaulipas. La poza del Zacatón, la cavidad inundada más profunda descubierta hasta la fecha, es el “abismo sin fondo” que todos los buzos
de cavernas ambicionan explorar.

Esto fue lo que despertó la pasión de Sheck Exley pero desafortunadamente, le sobrevino algún problema y se ahogó a los 276 metros. Lamentablemente, el mejor buceador de cuevas del mundo murió en el abismo más profundo del planeta.

Hay otro pozo, un hueco vacío, una gran sima puesta, o sea, un abismo insondable, inalterable e infranqueable, mencionado por Cristo en Lucas 16:26, que separará eternamente entre los perdidos en la condenación y los creyentes en la gloria. “No pueden, […] de allá pasar acá”, dijo Abraham.

Mensajero Mexicano. Febrero 2007

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Elías: un Ejemplo para Seguir


Elías: un Ejemplo para Seguir
Cuando consideramos personajes que vivieron en tiempos bíblicos, a veces caemos en el error de pensar que eran tiempos mejores para vivir vidas piadosas, o que eran personas muy especiales.

Elías aparece en el palacio de Acab después de sesenta años de idolatría, y cuando el rey había hecho más que todos los reyes anteriores para provocar la ira de Dios. ¡No debemos de pensar que no había problemas en su vida! Santiago, escribiendo más de 900 años después de la vida de Elías dice: “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras.” (5:17)

Elías era un hombre con pasiones, o sea, deseos fuertes, tal como nosotros.

Pero Elías también era un hombre que sabía la importancia de peticiones en su vida. Dice Santiago que “oró fervientemente para que no lloviese”. ¿Por qué es que tenía tanta confianza en decir que “no habrá lluvia ni rocío en estos años”?

Es que Elías hacía lo que hoy también podemos hacer – nosotros deberíamos ver las promesas de Dios, y confiar en ellas.  Seguramente Elías entendía lo que Dios había dicho en Deuteronomio 11:16-17 en cuanto a servir a ‘dioses ajenos’ y que el resultado sería que ‘se encienda el furor de Jehová sobre vosotros, y cierre los cielos, y no haya lluvia’.

Después de haber pedido que Dios cumpliera su promesa, Elías llega ante Acab con este pronunciamiento: “No habrá lluvia ni rocío en estos años”. ¡Qué confianza en las promesas de Dios! ¡Que Dios nos ayude a creer lo que El nos dice en su Palabra! – Marcos L. Caín
El mensajero Mexicano Febrero 2007.

Timoteo, 1 Timoteo — 2 Timoteo


Timoteo, 1 Timoteo — 2 Timoteo
El retrato que el Espíritu Santo traza de Timoteo en la Palabra de Dios está lleno de enseñanzas y de motivos de aliento para nosotros.
Estaba sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, vivía en el mismo mundo corrompido que nosotros y estaba expuesto a las mismas tentaciones que nosotros. Sin embargo, ¡cuánto pudo utilizarlo Dios en su servicio, puesto que se entregó a Él enteramente, sin restricciones!
Fe sincera
Timoteo vivía en la región de Listra en Asia Menor. Era hijo de una mujer judía y de padre griego (Hechos 16:1). Su abuela Loida y su madre Eunice tenían una fe no fingida mediante la cual aprendieron lo que conocían de Dios por la ley y los profetas (2 Timoteo 1:5).
Criaron a Timoteo conforme a la luz que poseían. Desde su niñez conocía las “Sagradas Escrituras” del Antiguo Testamento (3:15), y esta fe sincera se arraigó en él: una fe que no se manifiesta a los hombres bajo formas muertas y que no finge una piedad sin realidad.
Dicha fe ilumina la conciencia y lleva al corazón a tener una relación personal y directa con Dios. El joven estaba dispuesto a recibir más luz y a obedecer en todo a la verdad.
Timoteo tenía un buen testimonio entre los hermanos
Un día, Bernabé y Pablo llegaron a estas regiones y, por primera vez, anunciaron allí el Evangelio de Jesucristo. Así se formaron iglesias en Iconio, Listra y Derbe (Hechos 14).
Al parecer, fue en ese tiempo cuando Timoteo entró en contacto con el apóstol y aceptó el Evangelio después de haberlo oído directamente de él. Más tarde, Pablo lo llamará “verdadero hijo en la fe” (1 Timoteo 1:2). Posiblemente, esta expresión también aluda al hecho de que Timoteo había aprendido del apóstol los profundos misterios y enseñanzas del Evangelio que le habían sido confiados.
Durante su segundo viaje, cuando Pablo vuelve a visitar estas iglesias de Asia Menor (Hechos 16), su atención se fijó especialmente en este “discípulo” Timoteo. Ya sea espontáneamente, o en respuesta a preguntas que se les hayan hecho, los hermanos de Listra y de Iconio dieron buen testimonio de este joven. No tenían ninguna objeción que presentar. Timoteo no mantenía relaciones con el mundo, y había aprendido a ser vigilante en cuanto a las tendencias de la carne. Por eso, se veía sin duda el fruto del Espíritu en su vida: un interés sobresaliente por la verdad y por las cosas concernientes al Señor, el amor para con los creyentes y las almas perdidas, el cual se manifestaba en la intercesión y en una viva y activa participación en la obra del Señor.
¿Podrían los demás dar semejante testimonio respecto de nosotros? ¿O deberían limitarse a un breve comentario más o menos de este tipo: «No hace nada malo, pero tampoco nada bueno»? ¡Cuán deseable sería que hoy hubiese muchos Timoteos: hermanos jóvenes comprometidos con el Señor!


Timoteo como compañero del gran apóstol
“Quiso Pablo que éste fuese con él” (Hechos 16:3). Timoteo había dado pruebas de sus aptitudes, tanto donde vivía como en la iglesia, donde su vida diaria estaba a la vista de todos. Había mostrado sus convicciones espirituales abiertamente. Había sido “fiel en lo muy poco”, entonces el Señor podía encargarle algo más. Ahora era compañero del gran apóstol, sin embargo, su crecimiento espiritual seguía adelante. Su servicio había empezado en el escalón de abajo, no en el de arriba.
En primer lugar, visitaron las iglesias ya establecidas para comunicarles las ordenanzas acordadas en Jerusalén. Éste era el trabajo de Pablo y Silas (v. 4). Pero, al pasar por los territorios donde aún no habían estado, todos sus compañeros estuvieron completamente ocupados en la obra del Señor. Sea donde fuere, el Señor bendecía ricamente esta primera siembra de la Palabra. Mucha gente aceptaba el mensaje de la salvación, por dondequiera que pasaban. Seguramente, había muchos servicios pequeños que se podían prestar a estas personas recién convertidas, las que buscaban la verdad, cada una con sus propias inquietudes y problemas, que había que atender personalmente.
Este segundo viaje del apóstol, en el cual Timoteo le acompañó al comienzo de su servicio, no era un paseo. También allí, los mensajeros del Evangelio estuvieron expuestos a persecuciones y a malos tratos. En primer lugar, conocieron numerosos ejercicios en cuanto al camino que tenían que seguir. Luego, después de adquirir la certeza de que tenían que llevar el Evangelio a Europa y de empezar su servicio allí, fueron perseguidos en cada ciudad.
Timoteo era un joven de alma sensible (2 Timoteo 1:4, 6-8). Todas estas difíciles circunstancias que le tocaron vivir debieron de impresionar muy fuertemente su alma. Semejante predisposición constituía un verdadero impedimento para un duro trabajo de pionero en tierras paganas. Allí se siente con intensidad toda la resistencia y la hostilidad de los hombres, y esto incita a evitar todos los ejercicios profundos. Sin embargo, Timoteo se mantuvo firme. Había en su corazón una dedicación sincera hacia el Señor, obediencia y sumisión a Su voluntad. El Señor se encargaba de todo lo demás. A Él le agradan los instrumentos que, reconociendo su incapacidad, descansan enteramente en Él: puede manifestarles Su gracia sobreabundante.
¡De cuánta ayuda fue el ejemplo del apóstol—mediante su piedad y celo por las cosas del Señor, así como por la manera en que él mismo vivía conforme a lo que enseñaba—, para Timoteo! Pablo no era un héroe sobrehumano; al contrario, en todos sus trabajos y en todas las situaciones donde se hallaba, era una manifestación visible del poder del Señor en un vaso frágil, pero lleno de Él y enteramente a Su disposición. Al final de su carrera, Pablo podía recordarle a Timoteo: “Pero tú has seguido mi doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia, persecuciones, padecimientos, como los que me sobrevinieron en Antioquía, en Iconio, en Listra; persecuciones que he sufrido, y de todas me ha librado el Señor” (2 Timoteo 3:10-11).
¡Qué hermosa era esta relación entre el apóstol y su joven compañero! Timoteo servía con él en el Evangelio “como hijo a padre” (Filipenses 2:22). Pablo, como un padre, le dispensaba con profundo afecto enseñanzas, consejos y ánimo, sin dejar de recordarle la sobreabundante gracia y las riquezas de los recursos que tenemos en el Señor. Este hermano «mayor de edad» y este «joven» no seguían dos caminos distintos. Cada uno tomaba su lugar y era de gran ayuda para el otro.
Timoteo como enviado y delegado del apóstol
En tal escuela —la de las experiencias vividas con el Señor— Timoteo crecía espiritualmente con rapidez. Por eso, el apóstol muy pronto pudo encargarle misiones particulares.
En ocasiones hemos visto a jóvenes hermanos cuyo desarrollo espiritual no lograba acompañar su ansia de actividad, debido a que sobrestimaban su propia capacidad de servir. Frente al servicio de los tales, un malestar evidente se apodera de los hermanos y hermanas más experimentados. No era ése el caso de Timoteo. Las dos epístolas que el apóstol le dirige nos dejan ver cuáles eran los principios dignos de ser imitados que regían su tan importante servicio.
Más adelante, cuando Pablo salió de Berea, siguiendo el consejo apremiante de los hermanos para preservar su vida de una violenta ola de persecuciones, tanto Timoteo como Silas se quedaron allá para seguir con la obra empezada y para consolidarla (Hechos 17:14-15).
Cuando, bajo la orden del apóstol, se reunieron con él en Atenas, él estaba muy preocupado por la joven iglesia de Tesalónica. Estos dos siervos seguramente le habían contado acerca de los sufrimientos a los que estaban expuestos los tesalonicenses. Finalmente “no pudiendo soportarlo más”, mandó allí a Timoteo, su “hermano, servidor de Dios y colaborador nuestro en el evangelio de Cristo”, para “confirmarlos y exhortarlos respecto a su fe, a fin de que nadie se inquiete por estas tribulaciones” (1 Tesalonicenses 3:1-8). Le pareció que Timoteo era el hombre adecuado para suplir estas necesidades, y éste no tardó mucho en volver a él desde Tesalónica con buenas noticias.
Desde Éfeso —en Asia Menor— el apóstol envió a Timoteo a Macedonia con Erasto, para servir a las iglesias, porque él mismo aún no podía acudir allá (Hechos 19:22).
Por último, se puede mencionar que Pablo un día le confió la importante misión de quedarse en Éfeso con el objeto de velar de parte suya por el buen orden en esa iglesia próspera donde el apóstol había servido por tres años. En efecto, ciertas personas habían empezado a “enseñar diferente doctrina” (1 Timoteo 1:3). Era preciso oponerse a tales personas y vigilar para que cada uno en su lugar —los hombres, las mujeres, los obispos, los ancianos, los servidores, los esclavos, los ricos y todos los hermanos y hermanas— se conduzca en la casa de Dios conforme a las ordenanzas y a la verdad de Dios. ¡Qué servicio tan lleno de responsabilidad! Para cumplirlo hacía falta tener un conocimiento exacto de los pensamientos de Dios, un estado interior que manifieste una fe muy firme, y la fidelidad en la comunión con el Señor. Sin todo esto, el don de gracia que había recibido de Dios no hubiera sido suficiente.
Habían pasado muchos años desde la conversión de Timoteo. Su crecimiento interior había sido dichoso. De ahora en adelante, el Señor podía utilizarlo dondequiera que fuere. Para nosotros también pasan los años; ¿no debería Él exhortar también a unos y a otros con estas palabras: “Debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios” (Hebreos 5:12)?
¿A qué se debe esto?
Exhortaciones personales a Timoteo
Posiblemente encontremos la respuesta a esta pregunta al examinarnos: ¿Tenemos nosotros mismos empeño, como este fiel hermano Timoteo, en seguir las exhortaciones personales que el apóstol le dirige en sus dos epístolas?
No cabe ninguna duda de que Timoteo ya había recibido estas exhortaciones oralmente mientras colaboraba con Pablo en el servicio. Luego fueron escritas para ayudarle, y también para nuestra bendición. Mencionemos algunas de ellas brevemente.
Cuando un creyente es llamado a un servicio, recibe al mismo tiempo una gran responsabilidad. Este servicio —aunque no sea de gran apariencia, como por ejemplo dar testimonio del Señor a un vecino—, está estrechamente relacionado con la vida personal. ¡Qué modelo tan notable era el apóstol mismo para Timoteo respecto a esto! (1 Corintios 9:27; 2 Corintios 6:4-6; Filipenses 3:17).
1.    Manteniendo la fe y buena conciencia” (1 Timoteo 1:19). La palabra “fe” se refiere aquí a toda la doctrina cristiana que la fe acepta y mantiene con firmeza. Timoteo tenía que militar por esta fe (v. 18). Sin embargo, sólo podía hacerlo si guardaba una buena conciencia, la cual depende de un corazón puro que no tiene nada que esconder frente a Dios, ni nada que reprocharse (Hebreos 10:22). El que ha naufragado en cuanto a la fe, aceptando y también enseñando falsas doctrinas, tuvo primero que haber desechado una buena conciencia (1 Timoteo 1:19-20).
2.    "Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza…” (1 Timoteo 4:12). “Huye también de las pasiones juveniles” (2 Timoteo 2:22). Mandado por el apóstol a ejercer un servicio tan importante en la iglesia, Timoteo habría tirado por la borda todos sus esfuerzos y lo hubiera echado todo a perder si hubiese dado rienda suelta a su impetuosidad juvenil, o si en alguna manera hubiera faltado a la pureza moral. Sin embargo, sus palabras concordaban con su andar, y era un modelo de amor y de fe para los creyentes. Por eso se le tomaba en serio y sus palabras tenían fuerza, a pesar de que aún no era un hermano de cabello canoso.
3.    Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos” (1 Timoteo 4:15). Si Timoteo lograba hacer progresos en las cosas de Dios, era porque se dedicaba a ello con todo su corazón. Se ocupaba en estas cosas cuidadosamente; eran su único centro de interés, y vivía en esta atmósfera. ¿En qué se centra nuestro interés? ¿Con qué ocupamos nuestro corazón?
4.    Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Timoteo 4:16). Timoteo debía ocuparse de la Palabra, no sólo teniendo en cuenta el bien de los demás. Primeramente, tenía que aplicarla a sí mismo, a fin de que su estado interior estuviera de acuerdo con su enseñanza.
5.    Huye de estas cosas (el amor al dinero), y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre” (1 Timoteo 6:11). Podría parecer innecesaria una exhortación de esta naturaleza a Timoteo, después que había dado pruebas evidentes de su devoción al Señor. Sin embargo, ¡con qué facilidad las cosas visibles de esta tierra logran volver a tener influencia sobre nosotros! Se trata entonces de huir del amor al dinero. Mantengámonos, pues, aferrados al Señor Jesús para que, como un imán, pueda atraer a Él todos nuestros afectos, y para que podamos buscar celosamente los caracteres enumerados arriba, los cuales son fruto del Espíritu! (Gálatas 5:22-23).
Llegamos al final de nuestra breve meditación. Para concluir, quisiéramos recordar la fidelidad que siempre ha caracterizado a este hombre. Llegó un tiempo cuando al apóstol, estando prisionero, lo “abandonaron todos los que estaban en Asia”. Nadie estuvo a su lado en su primera defensa frente al emperador y todos lo desampararon (2 Timoteo 1:15; 4:16). No obstante, todavía podía contar con Timoteo, quien permaneció íntimamente ligado de corazón a Pablo. Siguió adelante con el mismo pensamiento en el servicio y en la buena batalla por la verdad, en un espíritu de poder, de amor y de dominio propio (1:7).
¡Que el ejemplo de este joven hermano nos aliente, aun cuando el Señor nos haya asignado una esfera de actividad mucho más modesta!
Tomado de la revista Creed. Año: 2009


Serie: Mandamiento Bíblico

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